Acerca de éxitos y fracasos.

Reseña de A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo XXI, de Hernán Camarero.

Existe algo que he denominado “obstáculo epistemológico” y que consiste, simplemente, en una construcción historiográfica que bloquea el conocimiento científico de la historia. Normalmente, un obstáculo epistemológico tiene su origen en los prejuicios ideológicos. Un obstáculo epistemológico típico en la historiografía de izquierda, en particular, en el trotskismo, es el “anti-stalinismo”. Dado que Stalin es el responsable de todo lo malo de este mundo y que ha hecho lo que ha hecho solo a fuerza de errores insalvables, nada que hayan hecho los estalinistas está bien. El texto de Hernán Camarero, que aquí critico, se arruina precisamente por este obstáculo epistemológico: no puede ser que la estrategia clase contra clase explique el éxito, que el mismo autor reconoce, en la profunda implantación en el proletariado argentino del Partido Comunista.


En los últimos años, se ha producido un avance importante en el conocimiento de la historia de la izquierda argentina. El listado de aportes es ya suficientemente largo como para excusarnos de ser exhaustivos. Sin embargo, no todo lo escrito realmente ha hecho avanzar la frontera de lo que sabemos, excluyendo, claro está, el progreso objetivo que existe en toda hipótesis que se comprueba falsa. Seríamos injustos si dijéramos que solo en este último aspecto A la conquista de la clase obrera debe ser bien recibido. Por el contrario, el libro de Hernán Camarero constituye un aporte genuino a su objeto de estudio. Sin embargo, por un obstáculo epistemológico del cual hablaremos al final y por un inadecuado punto de partida teórico, la hipótesis fundante del texto resulta contradicha por sus propios datos. En efecto, la idea implícita de que un partido stalinista, por definición, no puede tener una estrategia correcta, junto con la inversión de la causalidad propia del materialismo histórico, a saber, que la “cultura” es el elemento explicativo determinante de los grandes procesos sociales, transforman al libro en un documento contra sí mismo. Más allá, entonces, de los agregados fácticos al cúmulo de conocimiento existente, falla en la explicación del proceso que describe.

El problema

El problema que Camarero elige plantearse es la causa por la cual el Partido Comunista tuvo tanto éxito al insertarse en la clase obrera. Descarta de antemano que la razón recaiga en la estrategia, puesto que, según sus propias palabras, el comunismo crece bajo todas ellas: desde el frente único hasta el frente popular, pasando por el período clase contra clase, el comunismo habría crecido ininterrumpidamente. Se trata, entonces, de un elemento subjetivo (la voluntad), es decir, “cultural”, el que explica el feliz derrotero del partido en estos años. El elemento “cultural” refuerza su presencia explicativa si se atiende a la estructura del libro, en el que los dos primeros capítulos están destinados a cuestiones generales, los dos siguientes a analizar el desarrollo del partido bajo las dos estrategias dominantes entre 1920 y 1935 y los últimos dos al internacionalismo y a la cultura. Son estos los que se concentran en los elementos de naturaleza “cultural” que obran de razón de ser del proceso. De modo que una hipótesis suplementaria postula que esa voluntad de inserción en las masas estuvo acompañada por una política cultural adecuada y por un internacionalismo que le permitió manejar, también adecuadamente, la cuestión étnica.

El “culturalismo” aparece muy explícitamente como punto de partida de la reflexión. Siguiendo a Richard Hoggart de segunda mano, es decir, a través de Renato Ortíz, Camarero acepta que

“El ‘Mundo’ de los trabajadores es radicalmente otro, antagónico del universo de los patrones respecto de la moralidad, las maneras de ser, sentir y vivir. ‘Mundo’ que se arraiga en un territorio específico, los barrios obreros, y que puede, de esta forma, liberarse de las influencias exógenas. La cultura obrera se expresa, y se reproduce, en la medida en que sus ‘puertas’ son capaces de delimitar una región.”

Y eso es todo, puesto que no hay más desarrollo del contenido de un concepto al que se le otorga semejante poder. Sin entrar en este problema, sobre el que al final diremos algo, señalamos sí que la idea de un “mundo aparte” ha sido ya suficientemente discutida por los teóricos de la cultura como para repetirlo sin más. No obstante, no es este el obstáculo fundamental que ha impedido al autor arribar a buen puerto.

La explicación

Empecemos por el final, precisamente para descartar el valor explicativo de los elementos secundarios. Tanto el anarquismo como el socialismo han tenido una “política cultural” incluso muy similar a la del PC y, en particular el primero, ha tenido también una política “internacionalista”. De modo que estos elementos, no importa cuál sea el valor explicativo que les demos, no hacen la diferencia. Los dos capítulos finales, donde recae el peso del argumento, son informativos pero no explicativos. Descartamos aquí también la razón general, a saber, que lo que daría cuenta del crecimiento del PC sería la “voluntad”, simplemente porque todas las otras corrientes han mostrado esa cualidad. Si se pretende que los comunistas poseen alguna “fuerza moral” superior, al estilo gramsciano, habría que demostrar cuál es la fuente de ese plus que los caracteriza frente al resto. Hablaremos más adelante sobre esto.

Veamos ahora la hipótesis que el autor descarta, el problema de las estrategias. El autor sostiene algo que sus propios datos no confirman. Según Camarero, hasta 1925 el PC “tuvo una limitada inserción en el mundo del trabajo y, entre sus adeptos, había una presencia todavía fuerte de sectores provenientes de la clase media”. A pesar de la crisis interna de este último año, ligada al proceso de bolchevización, el partido habría gozado de una expansión constante, aunque hacia fines de 1927 ese proceso se encontraría con un nuevo límite, esta vez por la escisión penelonista. De todos modos, el crecimiento de esta etapa debe ser relativizado: la regional Capital, que concentra a la mitad de los militantes del país, pasa de 300 a 700 militantes entre 1925 y el inicio del período clase contra clase. Más adelante, Camarero explica que entre 1925 y 1930 el ritmo de incorporación de nuevos miembros al PC de la Capital se realiza a un promedio de 30 por mes. Lo que, con generosidad daría unos 1.500. Cifra a la que hay que descontar los “pases” de miembros extranjeros que se radicaban en la Argentina proviniendo de alguna seccional del exterior (Rusia, Italia, Polonia, etc.) y a los que abandonaban el partido. Es cierto, implica una multiplicación de los miembros, tal vez de un 300 o 400% entre 1925 y 1930, pero ese crecimiento parte de guarismos ciertamente despreciables. Resulta claro, entonces, que hasta el inicio de las grandes huelgas de los sindicatos por rama, el PC ha crecido poco y nada.

Es así que, como el autor admite, la “inserción obrera del comunismo argentino conoció un mayor impulso cuando el partido se embarcó en la línea clase contra clase”, lanzada por la Internacional Comunista a fines de 1927. Si hemos de creer al autor, entonces, no es cierto que el partido creciera en cualquier momento. Aunque es obvio que el partido “creció”, está claro que se transforma en una organización de masas con la nueva estrategia, bajo la cual “comenzó a imponerse una táctica aislacionista y hostil a todas las corrientes políticas”, cuya consecuencia sería haber quedado encerrado“en una perspectiva obrerista y ultraizquierdista”. Más adelante señala que “desde la masiva huelga de los obreros de la construcción, ocurrida hacia fines de 1935 y principios de 1936, dirigida por los comunistas, éstos experimentarán un enorme crecimiento en el movimiento obrero organizado”.

La huelga de la construcción, no lo dice el autor pero se deduce, será el punto culminante de una serie de huelgas que “los nuevos sindicatos únicos por industria creados y dirigidos por los comunistas” llevarán adelante, en un “adverso contexto de la represión estatal-patronal”, en la carne, la madera y el vestido. En consecuencia, la estrategia clase contra clase no parece haber alejado al partido de las masas, sino todo lo contrario, fue el puntapié para una inserción sostenida en el proletariado, tan profunda que le permitió sortear en buena medida las contradicciones del frente popular. En este sentido, el autor debiera haber examinado mejor la perspectiva de José Aricó, sustancialmente correcta en este punto, sobre todo teniendo en cuenta que el período del frente popular no es estudiado en este volumen, con lo cual una parte importante de la “tesis de la continuidad” es solo una petición de principio. La hipótesis del crecimiento continuo, entonces, debe ser descartada.

Por el contrario, es evidente que la clave del éxito se encuentra en cuatro elementos, alguno de ellos correctamente señalados por Camarero (la bolchevización), otro mencionado sin la importancia que tuvo (los sindicatos por industria), otro negado (la estrategia clase contra clase), y un último, completamente olvidado (la Revolución Rusa). Veamos uno por uno, empezando de mayor a menor en relación de importancia.

Contrariamente a lo que afirma en general, no solo el PC no había crecido gran cosa con el frente único, sino que su continuidad llevó al partido a un impasse desastroso, según confiesa el autor:

“Culminando el año 1927, la situación de los comunistas en la estructura sindical era confusa e incierta. El partido se paralizaba por una dinámica facciosa que concluía con la ruptura del penelonismo. Raleados de las estructuras altas de la USA, con varios de los sindicatos que controlaban expulsados o alejados de esa central, insertos en alguno de los gremios pertenecientes a la COA, pero sin mayores posibilidades de incidir en sus cuerpos de dirección, los seguidores del PC solo parecieron encontrar una alternativa de acción en los planteos ‘unitarios’.”

Esta alternativa “en consonancia con la retórica general del frente único”, que había caracterizado al partido hasta el nacimiento de la estrategia clase contra clase y que se corporizó en iniciativas para la unidad de CORA, USA y FORA, no tuvo ni “resultados prácticos” ni “duraderos”. Es más, en 1928 el propio PC evaluó que su inserción gremial, “especialmente en sus organismos de conducción” era “negativa”. Sin embargo, a partir de fines de 1928 el partido “pasó a impugnar de plano, sin ninguna mediación ni contemplación, a las demás corrientes del movimiento obrero, por lo que resultó imposible cualquier acuerdo con ellas.” ¿El resultado? Entre 1929 y 1930, el CUSC (Comité Nacional de Unidad Sindical Clasista, el depositario directo de los esfuerzos “clase contra clase” en el plano sindical) “se transformó en una virtual central obrera, que rivalizaba tanto con la USA y con la COA (en plena fusión), como con la FORA anarquista.” Para el autor esto significa la profundización de la división del movimiento obrero y no el inicio del camino ascendente de una estrategia. Precisamente, es ésta última conclusión la que se impone: la estrategia clase contra clase es la clave que permitió al PC romper el estancamiento y el impasse. Como señala el autor, todo el movimiento obrero y el conjunto de la izquierda estaban en una parálisis generalizada y las tentativas de conciliación con esta situación (la “unidad”), más que contribuir a su resolución, simplemente sumaba una corriente más al empantanamiento del conjunto. La estrategia clase contra clase le permitió al comunismo picar en punta, de cara a la nueva relación de fuerzas materiales y sociales que se abrían en la Argentina.

La tan defenestrada bolchevización, por su parte, le permitió al PC construir una herramienta sumamente contundente, que Camarero se verá obligado a reconocer al examinar las huelgas de comienzos de los ‘30. A diferencia del Partido Socialista, cuya estructura semeja más a un club de amigos o a una asociación barrial, y de los sindicalistas, una unión laxa de burócratas sin mayores perspectivas políticas, los comunistas supieron construir un ejército disciplinado y eficaz. Con él, no solo demostraron una combatividad superior a socialistas y sindicalistas, sino que pudieron competir con los anarquistas en su propio terreno, demostrando una eficacia sin parangón.

Contra estos últimos, el reconocimiento de las novedades que traía el capitalismo argentino y que implicaban una redefinición completa de las formas de acción e intervención política y sindical resultó un arma clave. El sindicato por industria fue la piedra de toque de su esfuerzo organizativo. No lo diferenciaba de otras corrientes, pero de cara al forismo (aunque no tanto en relación al crraísmo) resultó definitivo.

Por último, un elemento menor en cierta medida aunque desde otra perspectiva, el más importante: la “voluntad”. Como dijimos más arriba, toda organización tiene esta vocación, no se establece con ello ninguna diferencia y menos con los anarquistas, los grandes derrotados por el crecimiento del PC. ¿Tenían los comunistas más “voluntad” que los anarquistas? Se puede plantear el problema de dos maneras distintas, pero sin duda con dos respuestas afirmativas. La primera, en el sentido gramsciano; la segunda, en el sentido leninista. En sentido gramsciano: los comunistas han hecho una revolución y lo saben. Es curioso que la Revolución Rusa no merezca un capítulo propio a lo largo de las cuatrocientas páginas de un libro dedicado al Partido Comunista, pero si hay algo que puede diferenciar a un abnegado militante comunista de uno no menos abnegadamente anarquista es la fuerza moral que brota de saberse parte de una revolución triunfante. Frente a semejante respaldo, todas las críticas anarquistas deben haber sonado a gritería mezquina y no deben haber sido pocos los anarquistas que sintieran en el fondo de su conciencia una profunda envidia y alguna sombra de duda acerca de la eficiencia de su propia corriente. En sentido leninista: los comunistas no solo habían hecho una revolución, sino que además sabían cómo hacerla y tenían el instrumento que entonces parecía infalible: el partido. A diferencia de los anarquistas, los comunistas sabían que no iban solos a la batalla, y que no debían confiar en una evanescente coordinación “por afinidad”. Pero otra vez, es la Revolución Rusa la que consagra la centralidad del partido en el proceso revolucionario. Sorprende que ocupe tan escaso lugar en el análisis de Camarero. Planteado en estos términos, indudablemente los comunistas tenían una “voluntad” superior, o lo que es lo mismo, una convicción, una fuerza moral superior.

Estos elementos explican por qué el PC no necesitó crear ninguna “mitología” como se dice por allí, rebajando el valor de la historia que se cuenta. El PC de la estrategia clase contra clase fue un genuino partido revolucionario. No hace falta convertirse en estalinista para reconocerlo. Se dio una estrategia correcta en el contexto argentino, una organización adecuada y una lectura correcta del proceso inmediato por el que iba a atravesar la clase obrera argentina y empalmó con el desarrollo en su seno de tendencias que apuntaban a la independencia de clase y a la revolución.

Resulta extraño que el autor critique duramente los instrumentos con los cuales el partido logró el éxito que le reconoce. La “bolchevización”, es decir, la adopción de una estructura celular, en lugar de recibir elogios, es caracterizada como un instrumento que hacía “posible una mayor eficiencia en el control, la represión y la digitación de las actividades de la militancia”. Su implementación resultó en un “proceso de homogeneización e intolerancia con las disidencias”. La imposición de una dura disciplina militante y una cohesión interna notable, que sin dudas rindió sus frutos, es vista como sacralización y “culto a la posesión del carnet partidario”. La estrategia que explica buena parte del éxito, es “sectaria” y aislacionista, plena de “desvaríos”. La ideología del PC de la época es “tosca” y en última instancia “irracional”.

El antistalinismo como obstáculo epistemológico y el lugar de la “cultura” en la explicación social

Estas conclusiones negativas de lo que debiera ser aplaudido y reivindicado como insumo necesario a la hora de comprender el proceso de creación de un partido revolucionario son el resultado lógico del prejuicio que vence a un autor que, paradójicamente, decía haberlo superado. En efecto, si bien es cierto que Camarero rescata la historia de un partido que ha sido convertido en una bestia negra en la tradición de la izquierda argentina, lo hace por sus bases, por sus militantes y su cultura abnegada. No por su dirección estalinista. Sin embargo, esa dirección y esas directivas, por lo menos hasta la sanción del frente popular, fueron las que lo construyeron, incluyendo en esa construcción ese “carácter” y esa “voluntad”. Tal vez por su pasado trotskista, Camarero no pueda aceptar que una dirección estalinista resulte un instrumento necesario y progresivo de la clase. Se convierte, así, en una víctima más del “anti-estalinismo como obstáculo epistemológico”, prejuicio que se impone en lugar del análisis histórico concreto. Al hacerlo, oblitera cualquier posibilidad de entender el problema que se plantea y que ameritaría un esfuerzo menos religioso. Algo parecido, y probablemente por la misma raíz ideológica, sucede con la “cultura” como elemento explicativo. Amén de que el libro carece de un análisis serio del contenido de tal concepto, por lo cual nunca sabemos realmente todo lo que contiene, la idea de que los elementos subjetivos explican el éxito del PC no es verdadera ni falsa en sentido estricto y hasta puede tomarse como una verdad de Perogrullo si se acepta en general. Es indudable que los elementos subjetivos de la vida social tienen un valor y un lugar en toda explicación. Efectivamente, no alcanza con señalar que existía tal o cual desarrollo material de la clase obrera para explicar el despliegue de tal o cual partido[1], pero es obvio que una verdadera estructura explicativa debe colocar cada elemento, correctamente definido, en su sitio. Camarero no ve a la clase obrera como un fenómeno mundial, degrada la “cultura” a prácticas cotidianas de valor explicativo nulo y elimina de su arsenal teórico dos conceptos fundamentales para un análisis científico del problema: conciencia y estrategia. Un desarrollo material particular de la clase obrera argentina (la gran industria), que se expresa como conciencia potencialmente revolucionaria (las grandes luchas de 1928 a 1935) se empalman con una estrategia correcta (clase contra clase) para dar como resultado un titular indiscutido de ese proceso, el Partido Comunista Argentino y su dirección stalinista. Si algo tiene de bueno este libro, es que permite ser leído a contrapelo de los prejuicios ideológicos de su autor.


[1] Ejemplo de esta simplificación extrema: Iñigo Carrera, Nicolás: Documentos para la historia del Partido Socialista, IEHS, Buenos Aires, 1996.

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