Autogestión

Qué es la “autogestión” es un tema importante para la izquierda, sobre todo para la más cercana al anarquismo. En el fondo, es problema es la libertad. ¿Qué es la libertad? En este texto discuto la cuestión, a propósito de ciertas pretensiones “autonomistas” del populismo.

“Autogestión”, en Autogestión, de la comuna de París al poder comunal en el alba de los pueblos, María Carla Rodriguez y y Gabriela Jeifetz (comp.), 1a ed. Buenos Aires, Asociación Civil MOI.


Autogestión. Autogestión es una palabra que incluye una serie de ideas que, según se las enfoque, apuntan a al máximo de libertad de la persona humana o al máximo de ilusión de libertad de la persona humana. Por eso es muy importante reflexionar sobre el concepto, para evitar comprar la ilusión de la autogestión y comprender la realidad de la autogestión.

Autogestión tiene un prefijo que es “auto”, que viene del griego y que se combina con muchas palabras, Por ejemplo en griego se decía que algo era “autoteles” (tele o telos: dirección). “Auto-teles” es el que se maneja solo, es el que se dice a sí mismo dónde va a ir, nadie le indica adónde va. También se habla de auto-nomía. Autónomo, es el que se da su propia ley: nomos, en griego, quiere decir “ley”. Lo contrario de autónomo es heterónomo, aquél que es marcado por “hetero”, es decir, por otro. Si tuviéramos que inventar una  palabra en castellano, la autogestión sería lo contrario a la “heterogestión”, donde yo no me gestiono; otro me gestiona. Hay un montón de palabras en griego en donde este sentido reflexivo indica el poder del que habla. Y el que habla, al decir auto, dice yo soy el que me manejo, yo soy el que pienso, yo soy el que me dirijo.

Quizás el paradigma de la autogestión es Robinson Crusoe. El que conoce la novela sabe que es la ficción de un caso real, un marino que se pierde en una isla abandonada del Pacífico. Lo rescatan, se lo llevan a Inglaterra, se aburre y se vuelve a la isla, en donde finalmente muere. En la isla, él se tiene que autogestionar, tiene que hacer todo por sí mismo. Robinson Crusoe, el de la novela, pasó a ser el paradigma del individuo capitalista, del hombre que se maneja, en apariencias, solo, del hombre que se autogestiona, del hombre autónomo que no depende de nadie. La idea es falsa, incluso en la ficción, porque rápidamente Robinson Crusoe adquirió un esclavo, un pobre negro al que llamó Viernes, y automáticamente parece que el negro decidió por sí mismo ser su esclavo. Famosa y fantástica explicación de la servidumbre humana: los que están sometidos eligieron serlo. Robinson Crusoe era autónomo, Viernes era heterónomo. Robinson Crusoe se manejaba a sí mismo. Viernes era manejado por Robinson, hombre que se valía a sí mismo.

Insisto con que la idea de Robinson Crusoe y esta concepción de la autogestión tienen este origen, en la ideología del individualismo capitalista. La autogestión, la autonomía,  tiene, como todo en el capitalismo, un elemento ilusorio, y es la idea de que yo me mando solo. Eso es así, siempre y cuando uno ignore una serie de problemas, siempre y cuando uno ignore una serie de heteronomías, el mando por parte de otros. Es típico del pensamiento adolescente: yo hago lo que se me da la gana. No. Canciones del tipo adolescente, como por ejemplo Thalía: yo soy yo y hago lo que se me da la gana, yo soy yo y vivo como quiero. No es así por una razón sencilla: se vive en un mundo y se es parte de una totalidad

La concepción capitalista de la autonomía, de la autogestión, tiene como correlato la construcción capitalista de la libertad. Habrán escuchado alguna vez hablar de que la libertad de uno llega hasta donde llega la libertad del otro, y eso parece algo muy bonito pero en realidad no lo es. Parece muy bonito porque yo respeto la libertad ajena, que termina donde empieza mi libertad. Pero supone que ambos somos enemigos, y que la libertad del otro merma mi libertad. Si el otro es más libre, mi libertad es menor, y si quiero ser más libre tengo que sacarle libertad a otro. Lo que parece una frase linda, simpática, progresista y hasta, si se quiere, tolerante, en realidad, es lo contrario. Como bien recordaba Silvio Rodríguez, “…la tolerancia es la pasión de los inquisidores”. Y, efectivamente, esa tolerancia no es más que la expresión de la construcción del individuo y la concepción de la persona humana, según la cual el hombre es enemigo del hombre, y si yo quiero ser libre más vale que los demás no lo sean. Mi máxima libertad sería que todos ustedes no fueran libres. Luego, mi libertad sería la más amplia.

Es un concepto negativo de libertad, un concepto que cree que la libertad individual puede basarse sólo en el individuo concebido como alguien fuera de la sociedad, como Robinson Crusoe. Esta concepción negativa, obviamente, es la concepción típicamente capitalista. ¿Cómo se conquista posiciones en el mercado? ¿Cómo tiene más libertad un gobierno? Reventando a todos los competidores. ¿En qué consiste la libertad capitalista? En molestar a los demás y no dejar que te molesten. Pongan cualquier película norteamericana y comprobarán que el lei motiv esesta idea de “no me molestes”, “vos allá, yo acá”. “Mi libertad soy yo y mi propiedad, lo que es mío, y lo que es mío no es tuyo”.

Obviamente, el problema de esta concepción de la libertad, de la autonomía, de la autogestión, es que es ilusoria, es falsa. No hay ningún individuo que pueda vivir solo. El propio Robinson Crusoe que vivía solo, en realidad, vivía físicamente solo, si excluimos a Viernes por algún momento. Aún excluyendo a Viernes, Robinson estaba físicamente solo, pero con él había ido toda la sociedad humana con el grado de desarrollo que había alcanzado en ese momento. Es falso que el hombre pueda hacer su vida solo. A Robinson lo acompañaba, en su cabeza, en su cultura, en sus conocimientos, toda la humanidad. No hay ningún individuo que pueda vivir solo. Hay un poema muy lindo de un poeta francés, Francois Villon, que dice “ningún hombre es una isla”. Ningún ser humano es una isla. Ningún ser humano puede vivir solo. La idea de que la autogestión presupone que yo realmente soy lo que hago exclusivamente por mí mismo y que hago lo que se me de la gana, es una idea ilusoria de la autonomía. No se puede ser autónomo aislándose.

Luego, si hay una concepción capitalista de la libertad, de la autonomía, debe haber una concepción no capitalista, una forma distinta de ver las cosas. Directamente: debe haber una concepción positiva de la libertad. Una concepción por la cual se entiende que la libertad sólo es posible en la vida social. Puedo ser libre porque soy un ser humano, porque soy un animal social, no puedo vivir solo. Y puedo ejercer esta libertad como libertad de la sociedad. Sólo se puede ser libre en una sociedad libre. Sólo se puede ser autónomo en una sociedad autónoma. En sentido estricto, y como uno es parte de una totalidad, los seres humanos no podemos ser sino parte de esa totalidad. En este sentido sólo podemos ser autónomos, autogestionarnos, si la sociedad en la que vivimos se desarrolla en ese sentido. La libertad positiva presupone que mi libertad y la libertad del otro no se sustituyen, sino que se refuerzan. Se hace posible una porque existe la otra.

La falta de libertad en el capitalismo se ve en la vida burguesa. Un burgués es alguien que tiene mucho poder, mucho dinero y que, aparentemente, puede hacer lo que quiere. Por ejemplo, puede tener una hermosa casa, siempre y cuando la encierre, la llene de rejas, la ponga en un lugar lejano llamado country y pueda desplazarse hacia la ciudad por una autopista que también está llena de rejas, y pueda entrar a un edificio custodiado por policías que le piden documento a todo el mundo. Es decir, es libre siempre y cuando no vea la inmensa jaula en la cual vive su libertad. Obviamente es más libre que un obrero, pero no es de ninguna manera una persona libre. Y su supuesta e ilusoria libertad no permite la libertad del resto de la sociedad, luego no puede tener libertad frente al resto, no puede desplazarse, no puede comunicarse, no puede hablar pensando y sintiendo que es libre, debe estar todo el tiempo resguardándose del resto de los seres humanos a los que concibe como sus enemigos.  Y es lógico. Si él ya ha robado, ha expropiado a todo el mundo, lo único que espera es que el resto pueda llegar a expropiarlo a él. Cuando alguien entra en la casa de un burgués a robar no hace más que recuperar la expropiación que el capitalismo produce todos los días por todos lados. Esa violencia que el capital produce todos los días, cotidianamente, robándole la vida a cada uno de los seres humanos, vuelve como violencia generalizada contra el burgués, y lo hace de más de una manera. Luego, ni siquiera el burgués, a pesar de todo su poder, puede vivir libre, porque no es esta una sociedad que presuponga la libertad.

En consecuencia, si hay una concepción negativa e ilusoria de autogestión y de autonomía, hay una concepción realista, sustantiva, positiva. Somos libres en la medida en que vivimos en una sociedad libre. Si no vivimos en esa sociedad nos queda una opción de dos: o rescatar la mayor libertad posible para uno mismo, es decir transformarse en burgués y tener una libertad, ilusoria, pero un poco mayor que la del resto; o bien luchar contra esa sociedad que construye esta ilusión de libertad como una  enorme jaula en la cual hay diferentes grados de esclavitud. Es decir, si uno quiere ser autónomo en una sociedad capitalista, más vale que se prepare para luchar por una totalidad que se gestione a si misma.

La importancia de esta concepción radica en que une la experiencia individual con la experiencia total, y es lo que diferencia una simple empresa, de un conjunto de personas que se proponen algo más que resolver un problema simple, individual, por más que ese problema sea muy importante. No es lo mismo luchar para comprarse una casa que luchar por una sociedad en la cual no haya que luchar para vivir decentemente, donde sea natural que cada individuo tenga su casa, donde sea natural que cada individuo coma, donde sea natural que cada individuo se vista.

El grado de libertad que ofrece la sociedad en la que vivimos se ve en estas cosas naturales, elementales, que hasta un animal hace, pero al ser humano no le resultan naturales porque su vida no está garantizada: la vivienda no está garantizada, los alimentos no están  garantizados. Por eso el ser humano no está viviendo la historia de la humanidad, sino la prehistoria, estamos viviendo todavía como animales, sobre todo quienes somos de extracción obrera, que vivimos para comer, para dormir y para trabajar y para alcanzar los bienes necesarios para comer y dormir. Si uno sacara la cuenta de la cantidad de horas que ocupa el trabajo capitalista e hiciera un gráfico tipo “torta”, se daría cuenta que el trabajo capitalista es como un pac-man que te come la vida: más de dos tercios de vida consisten en trabajar para otros.

En esa sociedad, cualquier autogestión no puede ser la simple afirmación de “yo hago lo que quiero”, sino que tiene que constituirse en la lucha por eso que necesito, por mis intereses, en el marco de la construcción de una sociedad que haga que esos intereses no tengan que ser el resultado de la lucha de la vida, sino que esté dado para cualquier ser humano.

Por eso, quienes se plantean la idea de autogestionarse, a veces pierden de vista el problema de la heterogestión de la autogestión, el hecho de que nuestra autogestión necesariamente está gobernada por las leyes generales del sistema en que vivimos. Doy un simple ejemplo: por lo que conozco del MOI y de los compañeros aquí presentes, estoy seguro que si el día de mañana la situación política permitiera ocupar las casas tranquilamente, sin tener que pagar nada ni tener que hacer ninguna gestión, simplemente construir el poder popular, seguramente lo haríamos  más felices que haciendo el tipo de trabajo que se hace actualmente en las cooperativas de vivienda. ¿Por qué? Porque esta autogestión es la autogestión que permite el sistema capitalista cuando el sistema goza de pleno poder. Cuando eso sucede, hace valer con toda la furia el derecho de la propiedad. Cuando se debilita este poder capitalista, este derecho de propiedad se debilita. En consecuencia, esta autogestión está dominada por aquella heteronomía, es decir, por aquél mandato.

De ahí la necesidad de no abandonar nunca esa lucha, no por una cuestión meramente ideológica, no por una cuestión de principios, sino porque nunca habrá nada seguro en la sociedad capitalista hasta que el capitalismo no sea destruido. Nunca tendremos ningún derecho consolidado mientras la sociedad capitalista siga existiendo. En consecuencia, cuando uno se plantea el tema de la autogestión, en el fondo- si se lo plantea como decía Marx “radicalmente”, es decir, desde la raíz-, lo que se está planteando siempre es el cambio del conjunto de la sociedad. Y esto que uno hace en pequeño, no es más que la parte que hace para que cambie la totalidad. Eso es lo que uno ve cuando observa el fenómeno histórico que aparece como título de esta charla, la Comuna de París.

Cuando uno habla de la autogestión de la “Comuna de París” (1871), de la revolución, del cambio revolucionario, estamos hablando de la búsqueda de la autonomía de la sociedad, de la búsqueda de la construcción de una sociedad que se autogobierna, no de una sociedad que es heterónoma, que es gobernada por una parte de esa sociedad, sino una sociedad que es gobernada por la totalidad de sus miembros.  La revolución socialista es el intento de generar una sociedad donde la libertad de cada individuo es presupuesto, es necesidad de la libertad de todos los demás.

Y eso nos mete en el mundo de la historia, en el mundo de esos intentos de la autogestión social. Y esos intentos de autogestión social, lamentablemente, hasta ahora, no han llegado a su punto culminante. Dicho de otra manera, ni vivimos el socialismo, ni vamos en camino al socialismo, al menos en un futuro inmediato cercano. Es cierto que no estamos como en la década de los ‘90, pero también es cierto que el socialismo es todavía algo, no sólo a construir, sino a ponerle mucho trabajo duro y consciente.

Eso nos obliga más a estudiar esas experiencias de construcción de una sociedad autónoma, de una sociedad que se gobierna a si misma. Es interesante recuperar la historia griega. Es interesante ver cómo la educación burguesa tiende a eliminar de la historia todo lo que es molesto, por ejemplo, qué cosa más molesta que el festejo del 25 de Mayo o del 9 de Julio. Tenemos que transformar a Belgrano, a Moreno, a Castelli en unos tontos, en unos imbéciles que hacían pavadas, para que uno se aburra y jamás recuerde que en este país hubo una revolución, y que hubo revolucionarios, que mataron gente, que ejercieron la violencia, que se organizaron, que marcharon en ejércitos. Belgrano no es el tipo que, como me contaban en la primaria, hizo la bandera celeste y blanca porque se lo dijo un pajarito. Era un revolucionario. Es difícil encontrar un personaje histórico en la historia argentina de la talla de un Belgrano, de un Castelli, de un Monteagudo. Habría que remontarse al Che Guevara, por ejemplo. La mejor idea que nos puede quedar de un revolucionario como Manuel Belgrano es recuperar la idea del Che Guevara, de Santucho, ¿por qué no?, de los grandes revolucionarios que en la historia argentina gestaron la hora de la revolución. Y esos grandes revolucionarios como Belgrano, Castelli, Monteagudo, hicieron cosas que quienes gobiernan el mundo hoy no quieren que se recuerden. Hoy día ¡cómo vas a cortar una ruta! ¡Cómo vas a ocupar una casa! ¿Por qué no pedís las cosas? ¿Por qué no hacés un formulario, y esperás a que te llamemos? Cualquier cosa menos que el individuo haga algo, menos que actúe. “Yo estoy de acuerdo con los piqueteros, con la gente que se moviliza, pero hay otras formas…” El problema es que las “otras formas” nunca llegan a ningún lado, las “otras formas” son siempre esperar, esperar y esperar.

Efectivamente, de la misma manera que se elimina la Revolución de la Mayo, no sea cosa que a los argentinos actuales se les ocurra actuar de la misma manera, y se movilicen, intervengan, se armen, se organicen, produzcan violencia… Se elimina de la historia, por ejemplo, de la democracia ateniense que era una democracia esclavista, que vivía sobre la base de esclavos. Pero también se elimina otra cosa: la profundidad de la “democracia”. No era un mundo maravilloso, pero su estructura política, para aquéllos que eran ciudadanos, tenía cosas tales como lo siguiente: el Ministro de Economía, si es que existía un cargo parecido en Atenas, era un esclavo. Ser ministro de economía era administrar unos pocos pesos de la cosa pública. Era no tener ningún poder. Fíjense que contraposición con la figura del Ministro de Economía hoy y ni hablemos del Presidente del Banco Central. En Grecia, en Atenas específicamente, la ciudadanía se reunía en asambleas, un individuo un voto, y votaban. Los cargos eran revocables, no había cargos permanentes. Alguien no era elegido por varios años de gobierno, sino que era elegido para hacer una tarea. Fulanito ha sido elegido para hacer tal autopista, Menganito ha sido elegido para erigir el sistema de salud. El cargo se mantenía hasta que la asamblea votaba que se fuera. Eso es un significativo ahorro de burocracia, de corrupción, etc., etc. Hay que destacar en qué medida, cuando hablábamos de democracia, nos olvidamos de Atenas que era una sociedad esclavista. Pero si nos concentramos en el mundo de los ciudadanos atenienses, cuando se hablaba de democracia, era una realidad, el pueblo realmente gobernando.

Eso es una sociedad que es autónoma, que se autogestiona. Hoy no precisamos esclavos porque para eso existen las máquinas. Una simple transformación de las relaciones sociales nos permitiría constituir una sociedad autónoma, y cuando digo simple parece chocar con lo que dije antes de cuán difícil es el socialismo, porque no es la primera vez que se ha hablado en la historia del mundo de socialismo. Al contrario, hay muchas experiencias, varias extremadamente importantes, y sin embargo el Socialismo todavía no está. Porque no es algo difícil, y al mismo tiempo no es algo fácil. Cualquiera de nosotros puede imaginar lo que significa, lo importante y lo bueno de una democracia a la ateniense. Hasta los burgueses dicen lo bueno que es que los ciudadanos voten, se expresen, pero se olvidan que para que un ciudadano sea libre no solamente tiene que tener derechos políticos sino que, además, tiene que tener igualdad económica- si no carece de sentido-, y que esa igualad económica presupone la eliminación del capitalismo. Esa parte se la olvidan. Pero aún olvidándose de todo eso, hasta la propia burguesía reconoce el derecho del pueblo a gobernar. Es muy sencillo de imaginar, y es muy difícil de realizar.

La primera experiencia autogestionaria en el intento de construir una sociedad autónoma, fue la Comuna de París, por lo menos, la primera importante en relación a la historia posterior. Esta nos muestra uno de los problemas de la autogestión de la sociedad que es, primero que nada, la autogestión del sujeto que tiene que construir esa sociedad. Para poder construir una sociedad socialista, primero, quienes quieran construirla, tienen que autogestionarse, deben autogobernarse. Dicho de otra manera, deben organizarse, deben constituirse como Poder. La Comuna de París es famosa por lo que Marx dijo de ella, además de famosa por lo que significó en sí misma. Muchos recuerdan lo bien que Marx habló de la Comuna de París, de cómo los miembros del gobierno eran revocables, de cómo se reunía la población en asamblea y votaba libremente. Pero, normalmente, se suelen olvidar las críticas que tanto Marx como Lenin y otros hicieron a la Comuna de París. Porque no hay que olvidarse que la Comuna de París fue un gran fracaso. Duró dos meses y terminó en una sangría completa. Es más, en la Comuna de París se ensayaron muchas bestialidades posteriores e incluso se resucitó a la Iglesia Católica como aparato ideológico del Estado. En la colina de Montmartre, la parte más alta de París, donde se libraron las últimas batallas, la burguesía puso una iglesia, la catedral de “Sacre Coeur” como para enterrar la sangre de los comunistas bien debajo de una cruz gigante, no sea cosa que revivan.

Efectivamente, la Comuna de París fue un gran fracaso, y eso no hay que olvidarlo. No hay que olvidar su grandeza de construir un mundo de individuos autónomos, una sociedad autónoma. Pero fue un fracaso porque creyó, no pensó, no logró desarrollar, no pudo hacer un París que viviese una fiesta en medio de una Francia y de una Europa reaccionaria. Fue un corto período en el cual lo primero que se aprendió es que el poder no se cancela porque yo me lo haya sacado momentáneamente de encima. El poder es algo más que la Ciudad de París. Habría que haber atacado rápidamente al ejército francés, habría que haber iniciado una guerra revolucionaria contra la propia Alemania, porque si los ejércitos franceses no podían con la Comuna de París, iban a venir los ejércitos alemanes. Es más, los ejércitos de Francia no podían contra la Comuna de París porque estaban destruidos por la guerra franco-alemana y fueron los alemanes los que le dieron el apoyo suficiente a los generales franceses para destruir la Comuna de París.

El poder no es algo que termina a la vuelta de mi casa. París era como Robinson Crusoe, esta ilusión de que se podía gobernar sola. Además, el llevar adelante el combate implica la organización, y eso significa una serie de ideas claras y un programa, un partido. Quienes quieren autonomizar la sociedad tienen ellos primero que recuperar el poder sobre sí mismos teniendo las ideas claras y organizándose para eso. Luego, no hay revolución sin partido. Esa es la enseñanza que le permite a los bolcheviques reproducir la Comuna de París a la escala de 100 millones de personas y producir el mayor hecho histórico de transformación de una sociedad.

Aprovecho para decirles que la Editorial del Centro de Estudios al que pertenezco acaba de realizar  una reedición corregida de la Historia de la Revolución Rusa de Trosky. Más allá de la simpatía o no que yo pueda tener por Trosky, la Historia de la Revolución Rusa es probablemente el mejor libro de historia jamás escrito, un libro fascinante. Un libro que no muestra simplemente cómo un conjunto de personas puede hacer algo, sino cómo la población adquiere autonomía y la desarrolla, y se transforma en poder. Recomiendo leer este libro porque allí es donde se ve la necesidad de que el sujeto que quiere construir la autonomía, como una autonomía social, real, y sustantiva, se organice y luche.

Obviamente, si la Comuna de París fue un gran fracaso, la Revolución Rusa puede ser considerada también un fracaso. Un fracaso con sus enormes virtudes. Sacar a un país atrasado de la miseria y transformarlo en la segunda potencia del mundo no es poca cosa. Podríamos discutir horas sobre la Revolución Rusa y cómo una sociedad que busca la autonomía termina, tal vez, en una de las peores heteronomías. Es decir, que una sociedad que busca ser lo más autónoma en el sentido de autogestionaria, termina siendo una sociedad donde la autonomía de los individuos y de los grupos era algo bastante lejano y que solo figuraba en el papel. En la Unión Soviética de Stalin, gobernaba cualquiera menos el soviet, esa democracia ateniense sin esclavos. Cualquiera no, obviamente, gobernaba Stalin. De hecho, el stalinismo es responsable de esa gran ilusión de autogestión en abstracción de la totalidad, que es el “socialismo en un solo país”.

Pero todos estos procesos tienen enormes virtudes pedagógicas, y lo que es un fracaso ayer puede ser un triunfo hoy. Nos ayudan a entender varias cuestiones. La primera es que cualquier intento de una vida más plena presupone la vida social. Si queremos autogestionarnos como individuos debemos luchar por la sociedad autogestionaria, y esta lucha implica la organización, la organización para hacer política. No existe la autogestión del individuo aislado, existe la autogestión del conjunto de la sociedad. Se pueden adoptar diferentes formas para resolver un problema: cooperativas, formas asociativas de otro tipo, etc., pero lo que nunca se puede es dejar de hacer política. Cuando alguien nos llama a “no hacer política”, nos llama a ser heterónomos, nos llama a no autogestionarnos. Es más, ese llamado puede ser tan generoso que puede incluso dejarles la ilusión de la autogestión: “yo te doy la plata y manejála vos, siempre y cuando el resto de la vida social siga quedando en mis manos”.

En cuanto al problema de la autogestión, hace poco viví una experiencia en Venezuela. En Venezuela se vive un proceso complejo. Ya es importante que un presidente, un jefe de Estado, hable de socialismo, es un avance importante en relación a la situación ideológica de los ‘90. Pero lo que vi en Venezuela es algo que me preocupó. Una serie de experiencias autogestionarias, no de vivienda, aunque había cooperativas de vivienda, pero sí, en particular, de producción, bastante parecida a lo que conocemos aquí como empresas recuperadas. Me llevaron los compañeros venezolanos, muy amables, a una cosa que se llama “nodo de desarrollo endógeno”, donde existe una fábrica textil que trabaja más o menos igual que Brukman, el mismo tipo de máquinas, el mismo tipo de fábrica, con ciento y pico de empleados. Prácticamente no pagaban nada. Ocupaban un lugar que era un viejo local de Coca-Cola, si no me equivoco, y casi todo lo que tienen es el resultado del apoyo de PEDEVESA. Estábamos charlando con los compañeros y cuando uno escuchaba un poco, hacía cuentas y analizaba costos, veía algo extremadamente ineficiente. Si uno lo compara hasta con Brukman, esa empresa, en Argentina, se funde por completo. Obviamente, esa autogestión tiene el paraguas de PEDEVESA, y de una enorme renta petrolera que le permite a Chávez repartir plata a diestra y siniestra, incluso invitar gente que se queja de eso, como yo. Pero si nosotros queremos autogestionarnos, tenemos que hacer cosas que funcionen. Una cosa que no funciona simplemente se cae, es sólo cuestión de tiempo. La autogestión, esta empresa autogestionaria que yo vi allí, no presupone la totalidad, no se preocupa por el problema de la eficiencia, al contrario, es altísimamente ineficiente, con sueldos relativamente bajos, porque así y todo eran sueldos bajos.

Si queremos hablar de socialismo hoy, tenemos que hablar de eso que llamamos la autogestión de la totalidad. Una autogestión eficiente no consiste en repartir la plata que me sobra, consiste en una sociedad que funcione eficientemente, que esté a la altura del desarrollo social y económico actual. De lo contrario, esa experiencia, tarde o temprano, se destruye. Lo que no vi en Venezuela, más allá de socialismo por aquí, socialismo por allá, es que efectivamente haya una autogestión de la totalidad. Todo lo contrario, parece haber un enorme reparto de renta que,  a mi juicio, es un enorme desperdicio de recursos. Mientras tanto, la burguesía venezolana hace una enorme cantidad de negocios, (no por eso va a dejar de darse el gusto de echarlo a Chávez alguna vez), pero esa experiencia nos muestra los  peligros de la autogestión. Porque es una autogestión protegida. Acá, cualquier intento de este tipo es más bien hostilizado que estimulado, pero no basta con el estímulo a esa experiencia aislada, hay que reconstruir el conjunto de la sociedad de manera autónoma. Y la única forma de hacerlo es que el conjunto de la sociedad haga política.

Metidos en la lucha puntual en donde cada uno de nosotros está, unos en sindicatos, otros en cooperativas, a veces se pierde el horizonte general. Eso no hay que perderlo nunca, sino la autogestión que hayamos logrado en el lugar donde combatimos va a retroceder. Si queremos que la autogestión que logramos en las cooperativas, en las fábricas recuperadas, en los sindicatos, etc., avance, tenemos que avanzar hacia la búsqueda del poder social: porque la autonomía es el poder social, y no hay, fuera del poder, otra cosa que ilusión, como decía Lenin.

Debate

Eduardo Sartelli

Seguro que Luis conoce más la experiencia Venezolana pero he notado cierta pasión venezolana por Pablo Freire. De hecho, en el programa educativo trabajan con ideas que considero muy parecidas a las de Freire, tanto en la educación popular como la educación política. Ello lo conocí a través de mis paseos por allí con gente de lo que llaman “misiones”, una especie de sistema educativo paralelo, (la Misión Robinson creo que es la de educación primaria, por ejemplo). Son muy masivas, son experiencias de centenares de miles de personas. Es apasionante.

Evidentemente, con Luis, tenemos miradas muy diferentes sobre la experiencia venezolana, aún ubicándome dentro del campo de los simpatizantes del proceso venezolano. Yo no soy chavista y estoy muy lejos de eso pero miro con simpatía un proceso de este estilo. Es más, en contra de algunos partidos de Argentina,  no estoy a favor de votar NO o abstenerse en el próximo plebiscito, me parece un error. Yo creo que hay que votar SI y que tiene que triunfar. Sucede que tengo mucha esperanza en el pueblo venezolano y no en Chávez y, a veces, creo que hay más esperanza en Chávez que en el pueblo venezolano.

Todo lo que dijo Luis acerca de la Constitución, efectivamente, es así. El debate es una construcción, es un debate apasionante, pero todas las cosas que figuran en la Constitución chavista figuran en más de una Constitución burguesa. Francia votó la jornada laboral de siete horas y nunca salió del papel. La votación de la jornada de seis horas no significa nada, porque sobre el papel nada significa nada. Lo que hay que ver es lo que se construye sobre la realidad. Luis diseña el escenario de una revolución por arriba, una especie de Lenin sin clase obrera. Yo tengo una mirada diferente. Chávez llama a formar un partido, el Partido Socialista Unido de Venezuela, y he visto las brigadas reunirse una vez por semana para discutir programas y proyectos. Se anotaron casi seis millones de personas para formar parte del partido que deber ser, lejos, el partido más numeroso del mundo occidental y, a las reuniones, va un millón y medio de personas. ¿Y se dice que la clase obrera venezolana no está politizada? Si eso no es politización, yo no se qué más podemos esperar. Chávez gana elección tras elección con el 63% de los votos. Nunca va a ganar una elección por más que eso, no hay sociedad en la cual se obtenga seriamente un porcentaje  mayor que ése. Chávez está en el punto más alto de su poder político. Entonces, la pregunta es: si no es ahora el momento de la revolución socialista, ¿cuándo? En Venezuela no ha habido una sola expropiación seria de la burguesía. Es más, Chávez le provee a la burguesía financiera venezolana de un fabuloso negocio, que son los préstamos de dólares a la Argentina. La burguesía venezolana se da el lujo de cerrar los supermercados, de realizar un boicot al pueblo venezolano y Chávez, en lugar de expropiarlos, arma un sistema de supermercados paralelos y le compra los productos a la misma burguesía. Negocio redondo. En lugar de ocupar la Universidad Pública, en lugar de ocupar el sistema educativo público, arma un sistema educativo paralelo. Pareciera como, y esa es mi perspectiva, que no hay un interés real de alterar la relación de fuerzas con esa burguesía. Ese es el núcleo de la discusión. Todas las demás cosas son muy bonitas en el papel pero el poder real es el poder económico. Chávez cree que puede contrarrestar eso teniendo la renta petrolera y eso no es eterno. En el ‘74 el petróleo estaba más o menos a la altura que está hoy; en el ‘78 estaba en el piso.

Recuerdo la experiencia sandinista. Los sandinistas decían lo mismo, “nunca van a votar en contra del sandinismo”. “Nos pusimos la camiseta y votamos a la Violeta”, decían los nicaragüenses en la elección que eligió a Violeta Chamorro. Se ponían la camiseta del Partido Sandinista y votaban por Violeta Chamorro. Y es la primera revolución que es desplazada por una elección. Eso no es eterno. No hay forma de construir el socialismo sin destruir el capitalismo. Sin expropiar seriamente a la burguesía, uno puede “escribir” las formas del poder popular que quiera. En las pequeñas ciudades de EE.UU. se elige el intendente, se elige el comisario, se elige todo; es más, se reúnen en asambleas. Hay un episodio de los Simpson donde el Sr. Burns tiene que pagar una multa de 3 millones de dólares y se llama a asamblea del pueblo para que decida en qué se gastan esos 3 millones. Es decir, estas formas de la constitución chavista pueden figurar en cualquier constitución capitalista y, de hecho, buena parte de esas comunas no son más que nuestros municipios. Lo que me preocupa no es lo que está en el papel. Yo quiero que el plebiscito gane y que esta Constitución se imponga y que Chávez siga en el poder, porque me parece que una derrota de Chávez es una derrota del pueblo venezolano. Pero me parece que el sistema y el proceso de lucha no avanzan y hay una desconfianza muy grande, en particular, por la estructura del poder chavista, de las propias masas venezolanas a las que dice movilizar. Por ejemplo, se dice que en Venezuela no hay clase obrera. No es cierto eso. No hay clase obrera industrial que domine en forma masiva, no hay obreros de mameluco. Venezuela no es una sociedad campesina ni es una sociedad de pequeños artesanos, sino que es una sociedad asentada en una masa de expropiados. Y esos son obreros, obreros que en la Argentina produjeron el 2001. Los que produjeron el 2001 en la Argentina no fueron los obreros de la Ford, fueron las masas expropiadas de todo el conurbano bonaerense, el mundo piquetero, los desocupados, los obreros no fabriles, los maestros. Entonces, en Venezuela, hay clase obrera. No habrá clase obrera industrial dominante, pero eso es otra discusión.

Venezuela podrá ser un país atrasado pero, si no se expropia a la burguesía que sigue dominando el corazón de la economía venezolana, si se resta la renta petrolera, en Venezuela, domina el capital. Y si no se lo ataca seriamente va a terminar dominando y, tarde o temprano, eso se va a desarrollar y va a terminar mal. Lo digo con tristeza, no con felicidad. Ojalá Chávez fuera un Lenin al que le falta la clase obrera y está intentando crearla, como me explicaban algunos compañeros venezolanos de la Asociación  Bolivariana de Economistas Socialistas. Ojalá fuera así. No veo a Chávez atacando a la burguesía, no lo veo rodeándola por todos lados. Que el pueblo venezolano está en armas -también todo el pueblo sandinista estaba en armas- no quiere decir nada si a la burguesía no se la termina de estrangular. No se puede dormir con el enemigo. Esto es así, es el ABC de cualquier revolución.

Luis mencionó que hay una serie de estructuras chavistas que son tan o más burocráticas o más corruptas que las otras. Eso está creando una capa particular, una capa extensísima de burócratas estatales que tienen sus propios intereses, que pueden producir lo que se produjo en la Unión Soviética. La Constitución de la Unión Soviética era más democrática que la constitución chavista. Stalin hablaba del poder del soviet, y eso no existió jamás. De modo tal que habría que pensar más seriamente esta ideas de que en Venezuela la clase obrera no se moviliza. Si Chávez no se ha caído es por eso. Chávez no salió sólo en el 2002. Fue la movilización de la población venezolana la que obligó a una parte del aparato del Ejército a ir a sacarlo de donde estaba preso. De modo tal que habría que ver el proceso venezolano con menos ilusión, con menos optimismo y con una postura más crítica. Si se observan las estadísticas, la burguesía venezolana nunca ha ganado tanta plata como con Chávez. Y la distancia entre la clase obrera venezolana y la burguesía venezolana se ha estirado todavía más. Eso es así, son datos objetivos. No lo digo yo que puedo ser un zurdito en un país en donde la izquierda saca menos del 5% de los votos. Lo dice, por ejemplo, Manuel Sutherland que es economista, chavista, de la Asociación Bolivariana de Economistas Socialistas.

Por otro lado, Luis llama a que no dejemos sola a Venezuela. Estoy completamente de acuerdo. No hay mejor ayuda para una revolución que cada uno haga la revolución en su país porque, la revolución será mundial, o no será nada. La causa de la caída de la Unión Soviética es el socialismo en un solo país, la ilusión de que se puede autogestionar un país socialista en un mundo capitalista. Aunque no veo que Chávez esté impulsando la revolución latinoamericana. Cuando viene a nuestro país se abraza con Kirchner y transforma a Kirchner en una especie de héroe popular. Cuando yo hablaba de Kirchner en Venezuela me decían que estaba loco; cuando les decía que Kirchner reprimía obreros me decían que no podía ser; cuando les decía que bajo Kirchner se había expropiado a la masa de la clase obrera, se había consolidado una de las peores relaciones salariales históricas de la Argentina, me miraban como diciendo: “¿vos sos argentino de verdad?”. No entiendo que Chávez nos haga un favor con ello a los revolucionarios argentinos, cuando tiene como sus principales defensores a gente como, por ejemplo, Luis D’Elía. No veo que Chávez sea un revolucionario internacionalista. Tal vez podríamos explicarlo desde las necesidades políticas de Venezuela pero, a la izquierda argentina, Chávez no nos hace ningún favor y, a la propia Venezuela, le hace pocos favores cuando dice que los cuatro mosqueteros de América son Chávez, Lula, Kirchner y Evo Morales. Creer que Kirchner es una espada de no sé qué cosa en Argentina y en América Latina es una verdadera estafa popular. Decir que Lula es un representante de la izquierda Latinoamericana es una verdadera estafa popular.

La situación real de la constitución chavista, a mi juicio, dista mucho de lo que describió Luis. Dista mucho por abajo y dista mucho por arriba. Se está gastando fabulosamente y de una manera asombrosa una masa de recursos. Por ejemplo, no se puede mover uno de Caracas porque hay un auto tras otro. Porque el gobierno da créditos para que se compren autos. El auto más viejo de Caracas podría pasar por uno de los más nuevos de Buenos Aires. La nafta vale 4 centavos, con 3 pesos se llena el tanque. Un presidente que tiene el 63% de los votos no precisa dilapidar de esa manera los recursos del país. Un presidente que tiene un millón de personas en armas no necesita eso. Un presidente que controla el ejército de su país no precisa pelearse con Videla, no existe Videla en Venezuela. Es un presidente que arma un partido y a su solo llamado se suman seis millones de venezolanos. Objetivamente, Chávez está arbitrando entre la clase obrera venezolana y la burguesía venezolana. Objetivamente, más allá de que él cree que es socialista y yo no tengo por qué negárselo, actúa como un buen bonapartista. Todas esas experiencias terminan mal. Están haciendo una fiesta enorme y dilapidando una cantidad de recursos enormes, teniendo las condiciones políticas y materiales para hacer algo bastante más importante. Ojalá yo me equivoque, pero creo que esto debería ser tomado en cuenta.

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