Cooperativas, crisis y capitalismo en el agro pampeano (1900-1935)

Una de las ilusiones más persistentes entre aquellos que pretenden cambiar el mundo sin destruir el capitalismo, es la cooperativa. Se supone que se trataría de un conjunto de relaciones diferentes, no capitalistas e incluso, anti-capitalistas. Por el contrario, como describe Kautsky, la cooperativa no es más que una gran empresa capitalista. Aquí examino la experiencia de las cooperativas agrarias en el comienzo del movimiento cooperativo y la crisis agraria.


Durante la década del ’20 se multiplican en el país las cooperativas agrícolas. La rapidez con que éstas se expanden se debe a su éxito en la lucha interburguesa (competencia económica) y en los enfrentamientos de clase frente a los peones agrícolas. Toda una lección para el presente.

1. Introducción

La crisis económica en curso en la Argentina ha generado una enorme literatura sobre las posibles soluciones, desde programas económicos estilo Plan Fénix hasta el retorno a formas primitivas de intercambio (Club del Trueque). Algo parecido sucede con el cooperativismo. Históricamente, los defensores del movimiento cooperativo lo han promovido no sólo como una salida a la crisis, sino como una que debiera llevarnos, paulatinamente, hacia otro tipo de organización social. Estas ilusiones se han reforzado en la actualidad, apoyadas en algunos fenómenos recientes, como aquellos en que una fábrica cierra dejando en la calle a los obreros y éstos ensayan la salida “cooperativa”, o en la formación de “grupos económicos” a partir de “pymes” que se asocian. Este último movimiento y toda la literatura pro-pyme parece creer que el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas redunda necesariamente en beneficio de todo el mundo, que las pymes representan un “modelo” de crecimiento socialmente incluyente (“creador de empleo”) capaz de impulsar una reestructuración progresista del capitalismo. Pero las cooperativas y pymes que vamos a examinar aquí (las únicas posibles en una sociedad capitalista), son un ejemplo de lo contrario.

Existen diferentes tipos de cooperativas. En especial, hay dos categorías clave: las cooperativas de consumo y las de producción. Las primeras tienen como protagonistas, por lo común, a obreros (puede darse también con campesinos) y su razón de ser es la captura de parte de la plusvalía que se corporiza como ganancia mercantil. Un grupo de “compradores” se coaliga para organizar la comercialización, saltar por encima del capital mercantil y comprar “directo de fábrica”, encargándose luego de la distribución a los socios. La cooperativa de producción se basa en el principio opuesto: un grupo de burgueses se coaliga para mejorar sus relaciones de fuerza frente a otros burgueses; o bien, un grupo de obreros se apropia de los medios de producción corporizando en sí la doble figura de burgués y obrero. El desarrollo de la primera vía testimonia el desarrollo del capitalismo. El de la segunda, su disolución. En el primer caso, se trata de la típica respuesta del pequeño capitalista en vías de expropiación por otros capitalistas mayores. Una cooperativa no es más que, en última instancia, el resultado de un proceso de concentración y centralización del capital concertado entre pymes. El segundo caso es expresión de que la ganancia capitalista como motor de la expansión de las fuerzas productivas se ha agotado: la empresa operada por sus obreros en forma cooperativa sobrevive porque ha renunciado a la plusvalía que era apropiada por el capitalista. Para su subsistencia, la empresa se limita a reproducir (normalmente en forma simple) el “capital” en función. Si el capitalismo logra superar la crisis, la suerte de estas empresas suele ser la expropiación por la competencia, o bien un proceso de diferenciación interna que vuelve a separar las dos figuras (burguesía y proletariado) que la crisis había unido. Se trata, entonces, de una forma transicional que sólo puede avanzar hacia otra forma social procediendo a la expropiación del conjunto del sistema económico y el control obrero. En este artículo echaremos mano a la experiencia histórica para comprender estos fenómenos, remitiéndonos a los orígenes del cooperativismo agrario argentino.

2. El personaje y su aventura

Entre 1800 y 1870 comienza a formarse un mercado mundial de productos agrarios. Tal proceso no era más que un momento en la penetración del capital en las ramas de producción que hasta entonces no había podido dominar, lo que implicaba tanto la extensión a zonas del mundo que aún no tenían el gusto de conocerlo, como transformaciones en los países que lo vieron nacer. Históricamente, el capitalismo se abre paso en el agro en aquel sector que se presta más fácilmente a la aplicación de los métodos propios del capital, la ganadería. Luego el desarrollo se proyecta a los cereales baratos, de producción típicamente extensiva. Este es, precisamente, el curso mismo de la historia argentina. Ese momento de formación llega a su punto culminante entre 1870 y 1930. No es casual, entonces, que el apogeo de una sociedad dedicada con exclusividad a servir a ese mercado se produzca en ese mismo período. Como producto de su poderosísima expansión el agro pampeano ingresó de lleno a la crisis que comienza a manifestarse hacia 1910 en el mercado mundial de cereales. Enfrentados a este desafío, los chacareros dieron, durante la década de los ’20, con una herramienta que les permitió (a algunos) superarla con cierta fortuna: el movimiento cooperativo.

Hasta aquí hemos hablado del «chacarero» sin definirlo. Sería imposible (e innecesario por el momento) desbrozar la maraña de posiciones en torno a su figura, pero sí es pertinente una serie de aclaraciones. El mayor mérito del texto ya clásico de Alfredo Pucciarelli es el de mostrar el grado importante de heterogeneidad de las unidades productivas del agro pampeano. Imagen compleja que nos permite escapar al achatamiento que sumerge a todos los productores agrícolas en la cómoda categoría «chacareros». Con semejante confusión, a veces sostenida en sospechosas operaciones matemáticas que obtienen «promedios» no menos sospechosos,[1] lo que se consigue es impedir un análisis más fructífero, sobre todo cuando se examinan las transformaciones que produce la crisis. Porque “chacarero” no es una realidad homogeneizable en la misma categoría analítica. Por el contrario, bajo ese rótulo histórico se esconden diferentes personajes cuya suerte va a ser, por eso mismo, también diferente. Sin poder desarrollar más el punto por razones de espacio, señalamos que dentro de esta categoría histórica se encuentran las siguientes categorías analíticas: a) pequeña burguesía: parcialmente productores directos (con mano de obra familiar) y parcialmente contratistas de mano de obra asalariada. Son los productores más pequeños del agro pampeano (su límite máximo se encuentra en torno a las 200 has.), los más numerosos y los que suelen identificarse (y ser identificados) como «chacareros». Serán también los más afectados por la crisis. No son campesinos sino productores capitalistas, sufren las mismas presiones que los capitalistas y reaccionan de la misma manera. La presencia de mano de obra familiar no constituye un distorsionante importante en este último sentido. b) burguesía: contratistas de mano de obra asalariada en todas las actividades de su empresa, su piso mínimo se ubica entre las 200 y 300 has. y rara vez supera las 1000. Son los productores más importantes de la agricultura pampeana en cuanto a volumen de producción aunque la historiografía ha tendido a ignorarlos. Frente a la crisis (y esto a título de hipótesis) serán los menos proclives a acciones políticas radicales al estilo de las primeras movilizaciones chacareras. También como hipótesis, llegarán a la conducción de la Federación Agraria de la mano de Piacenza, desplazando a socialistas y anarquistas. Hipótesis es también que serán ellos los protagonistas principales de las transformaciones productivas más importantes, en especial, de la formación de cooperativas. De todos modos, seguiremos utilizando, por comodidad, la expresión «chacarero» para designar al conjunto de los productores agrícolas cerealeros pampeanos, aunque haremos algunas precisiones hacia el final.

El asalto al mercado: el combate contra la burguesía mercantil

Uno de los objetivos específicos que perseguía la formación de cooperativas era la dominar el ciclo de venta del grano. En ese ciclo, la posesión de elevadores de grano venía a ocupar un lugar central. De allí que, cuando a fines de los ’20 comience la construcción de elevadores de granos cooperativos, sea saludada como un paso crucial en la independencia chacarera. La inauguración del elevador de granos de Leones, a comienzo de los ’30, del que hablaremos más adelante, contó, entre otros «próceres» con la presencia del presidente de la Sociedad Rural, Federico Martínez de Hoz. Su discurso no deja de ser interesante ya que alaba la cooperación y el ejemplo de Leones, que partiendo de la provisión de mercaderías, pasó luego a la adquisición de bolsas y la negociación colectiva de la cosecha. La instalación del primer elevador cooperativo les aseguraba la independencia absoluta, ejemplo que harían bien, según M. de Hoz, en imitar todos los chacareros. El entusiasmo de Martínez de Hoz llega a imaginar a los «colonos cooperadores» vendiendo directamente al consumidor desde los elevadores cooperativos y transportando la cosecha en «buques cooperativos».[2] Es importante notar la peculiaridad del momento: uno de los nombres más aristocráticos de la ganadería pampeana, presidente de la asociación de los grandes personajes rurales, que habían sido insultados hasta el cansancio en todo el decenio que va de Macachín y Colonias Trenel a la sanción de la ley 11.720, aparece a fines de los `20 alentando la indepen­dencia de los chacareros. Se podría pensar que se trata de un discurso hipócrita, pero habría que hacer malabares para entender por qué los chacareros lo invitaron a hablar en semejante acto, que bien podría haber sido mirado como un manifiesto de independencia frente a su tradicional explotador. Es que, en medio de la crisis, los terratenientes buscan salvar su renta aliándose a los chacareros contra el costo laboral y la intermediación comercial. Esta alianza se muestra en varios momentos, pero sobre todo en el beneplácito con que la FAA y la SRA reciben la noticia del envío de tropas a Santa Fe y Córdoba para reprimir las huelgas de braceros de 1928-9, en el acuerdo para la construcción de una red de elevadores y en el desarrollo de las cooperativas. Ambos planean superar la crisis haciéndosela pagar al sector comercializador y a los obreros. El mismo Duhau, futuro ministro de Justo, alentará a los chacareros a constituir organizaciones como las canadienses.[3]

Veamos con más detalle la relación del chacarero con el mundo de la comercialización. Desde el orígenes de la expansión cerealera, el «ramero» (el dueño del almacén de “ramos generales”, muchas veces dependiente de las grandes cerealeras) actuaba al mismo tiempo como «habilitador» y su suerte dependía de la del chacarero. En los comienzos de la expansión otorgó facilidades y posibilitó el ingreso a la producción de chacareros con poco capital. El chacarero llevaba la ventaja: no tenía mucho que pudiera ser expropiado, mientras la demanda y los precios altos estimula­ban la generosidad de los «habilitadores». En esas condiciones se desarro­lló una verdadera competencia en el área comercial por captar chacareros. Cuando la expansión terminó, cuando eran los chacareros los que competían entre sí, la relación de fuerzas se invirtió y los dueños del dinero estrecharon el lazo. Buena parte de la bibliografía contemporánea a Alcorta y la posterior, ha enfatizado sobre todo la última situación, transformando una relación de fuerzas coyuntural en estructural.[4] Si recurrimos a la visión de largo plazo, desfocalizando Alcorta, podemos entender por qué los chacareros comienzan a preocuparse por los problemas de comercializa­ción en 1910 y no antes.

Como señaló Kautsky, “la empresa cooperativa es una gran empresa agrícola”. La cooperativa, aún limitada al crédito y la comercialización constituye un intento de ampliar la masa de capital en juego y conseguir con ello una mejor posición en el proceso de acumulación. Mediante la cooperativa el chacarero intenta superar los límites que a la acumulación impone el limitado monto de su capital independiente. La cooperativa no es un paso en el progreso del socialismo sino del capitalismo, como aclaraba Kautsky. En efecto, la cooperativa de crédito, comercia­lización y producción no es más que un instrumento específicamen­te capitalista para solu­cionar problemas capitalistas. Es el medio más idóneo, para la pequeña explotación, de acceder a las ventajas de la grande y superar los obstácu­los que el menor tamaño impone a la pequeña burguesía. El desarrollo de un movimiento cooperativo de este tipo es una prueba clara de que los proce­sos de concentración y centralización del capital operan en la agricultura como en cualquier otro lado. El mismo chacarero es más “grande” por el sólo hecho de afiliarse a una cooperativa (recordemos que para hacerlo es necesario participar con capital, de modo que no todos pueden).

En nuestro caso, nada más interesante que seguir la historia de las cooperativas judías de Entre Ríos.[5] La primera cooperativa agraria mixta del país fue fundada en 1900 en Basavilbaso, la Sociedad Agrícola Lucienville, con el nombre original de «La Agrícola Israelita».[6] En el mismo año, en Colonia Clara, se forma una sociedad mutual de seguro contra el incendio de parvas. En 1904 surge el Fondo Comunal, como sociedad de ayuda mutua y más adelante se transforma en cooperativa. Al año de su funda­ción, el Fondo efectuó la primera compra de hilo sisal para las máquinas atadoras. La anécdota, contada por Kaplan sintetiza la nueva posición (y los nuevos problemas) del chacarero cooperati­vista. Hecha la compra, se espera la llegada del hilo para poder comenzar con la siega del trigo. Los días pasan, la posibilidad de que la cosecha se perdiera por lluvia o temporales, aumenta y los chacareros se inquietan. Las autorida­des telegrafían varias veces al jefe de tráfico del ferrocarril que confirma repetida­mente el despacho de la mercancía. El tiempo pasa y Kaplan se pone de acuerdo con el presidente del Fondo para ir de estación en estación y verificar si el vagón no se ha perdido en alguna. Al final, lo encuentran en Basavilbaso, no pudiendo el jefe de la estación explicar por qué había sido desenganchado y desviado a una vía lateral. Kaplan sugiere que había sido “un «favor» del Jefe a los comerciantes de la zona”. Y es probable que así fuera porque la lucha entablada contra los comerciantes por capturar esa parte de la plusvalía que queda retenida en la esfera del comercio, no tenía por qué ser aceptada sin más por estos. Al contrario, el crecimiento de las cooperativas altera la relación de fuerzas existente entre ambas partes, por lo que no era lógico esperar ausencia de resistencia. La misma situación se plantea frente a los acopiadores: aunque el “colono libre y corajudo” consultaba precios, la mayoría estaba comprometido con un comerciante “antes de empezar a cose­char” y los colonos “no tenían nada que discutir”.

Puede verse el significado capitalista de una cooperativa al observar como el Fondo negocia la venta de cereales. En la primera venta, en 1908, la negociación colectiva obtuvo 60 centavos más sobre el precio de plaza. Era el resultado de representar a 700 agricultores juntos. Todas la pequeñas triquiñuelas del acopiador (adulteración de pesas, calidad, etc.) eran anuladas por la cooperativa. Al mismo tiempo, consiguen imponer el sistema de venta “a fijar precio”, que permitía negociarlo cuando el cereal se vendía y no antes de ser cosecha­do. En el ámbito de la compra de maquina­ria, nuevamente una porción de plusvalía podía ser recapturada si se actuaba como gran capital. Las casas mayoristas de implementos agrícolas tenían sus agentes exclusivos, que en los convenios se quedaban con una bonificación del 30 al 40% sobre el total de las ventas. Nuestro capitalista colectivo hizo valer su peso y consiguió “suprimir intermedia­rios y ahorrar para el colono el porcentaje de los agentes”. El por­cen­taje de los agentes no es más que la porción de plusvalía que en la distribución se queda en manos del comerciante. Este procedimiento equiva­le a aumentar la masa de plusvalía que corresponde al capitalista indus­trial, el colono. En resumen, un colono “cooperador” es un capitalista más eficiente que cualquier otro, por más “corajudo” que fuera.

Veamos otra anécdota: en 1910 los chacareros consiguen comprar ventajosa­mente 70 espigadoras por el sólo hecho de presentarse cooperativamente, a pesar de confesar que la caja cooperativa carecía de capital. La compra se hacía en Buenos Aires a la casa “A. C.” y la respuesta del gerente no podía ser más ejemplifica­dora: “Ustedes tienen crédito ilimitado en nuestra casa”. No era para menos: en la temporada 1911-12 la colonia Clara había sembrado 60.000 has. de trigo, lino y avena y comprado cooperati­va­men­te 500.000 bolsas y 3.000 ovillos de hilo sisal. Este “capitalista colec­tivo” tiene la misma fuerza, a la hora de negociar, que uno sólo capaz de sembrar semejante espacio y podría perfectamente aparecer en un lugar destacado en la famosa lista de grandes terratenientes de Jacinto Oddone (digamos, de paso, que esto cuestiona los métodos simplistas para medir la concentración y centralización de capital en el agro).  Es más: ese año la cosecha se perdió por lluvias. Nadie pudo pagar a la cooperativa y esta quedó endeudada con 18 acreedores. Kaplan viaja a Buenos Aires, discute con todos, especial­mente con el dueño de la fábrica de bolsas. Hay problemas, los documentos están por vencer, pero, una vez más, nuestro capitalista colectivo obtiene lo que quiere, la renovación de los pagarés del Fondo Comunal en sus propios términos.

Con todas las ventajas que parece ofrecer, el movimiento cooperativo no alcanzó un gran desarrollo hasta la Primera Guerra Mundial. Scobie calcula unas 30 cooperativas hacia 1915, pequeñas y dispersas.[7] Destacaban, además de las israelitas, una segunda cooperativa de seguros contra granizo, en Juárez y una cooperati­va mixta en Junín. No obstante, había agrupaciones informales de chacareros para la compra de maquinaria, especialmente en la zona de Bahía Blanca, donde algunas cooperativas intentaron excluir a los «acopiadores» de las transacciones del trigo. Sin embargo, las cooperativas de la zona del cereal llegan a ser 143 en 1928-9, sumando más de 25.000 socios.[8] Es necesario explicar la causa del escaso desarrollo antes de la Primera Guerra Mundial y el violento desa­rrollo posterior. 

Como primera hipótesis, la escasa expansión de las cooperativas antes del conflicto bélico sólo puede explicarse a partir de la existencia de posibilidades reales de acumulación para los chacareros como productores aislados[9]. Desde 1880 hasta alguna fecha cercana a 1910, las condicio­nes de acumulación capitalista para los pequeños productores eran positi­vas. Hay abundante prueba de esto. Pero cuando las condiciones internas y externas cambiaron, iniciando la “guerra fría” en la agricultura mundial, observamos el desarrollo de una feroz carrera armamentista. Si ya en 1910 se forma la primera federación de cooperativas de colonias israelitas, la Confedera­ción Agrícola Argentina Israelita, en 1913 se forma la Federación Entre­rriana de Cooperativas, mientras en 1915 se reúne un congreso en Rosario, donde se encuentran los presidentes de las cooperativas de Santa Fe y Córdoba para intentar el agrupamiento de sus institucio­nes.[10] El movi­mien­to excede a los chacareros judíos, pero es indudable que progresa más en zonas donde afinidades culturales imponen un mayor espíritu de coopera­ción, o donde el desarrollo temprano de una capa chacarera estable permite la generación de instrumentos colectivos, como en el sur de Buenos Aires.

El movimiento cooperativo adquiere velocidad en los años `20, constituyen­do un verdadero “asalto al mercado”, buscando capturar la parte de plusva­lía que se fuga en la comercialización, tanto en la compra de insumos como en la venta de cereales. Estos aspectos del cooperativismo habían sido perfectamente calibrados por los miembros de la FAA: el carácter decidida­mente burgués que va evidenciando en su desarrollo a lo largo de la década del ‘10 se manifiesta claramente en la forma en que encara, desde su periódico La Tierra el problema de las cooperativas. Desde el comienzo, a pesar de las marchas y contramarchas propias de la gestación de una conciencia híbrida en sí misma, se hace patente que lo que preocupa a los chacareros, en este como en otros campos, son los problemas propios de la acumulación del capital y no los de las condiciones de vida al rechazar las cooperativas de consumo y alentar las de producción y comercialización:[11]

«LA COOPERACION AGRARIA. Error fundamental

Registramos casi a diario la creación de nuevas cooperativas en los pequeños centros agrarios. En más de una oportunidad hemos tratado este asunto, demostrando la esterilidad de este esfuerzo, y hasta el perjuicio, que, con los continuos fracasos, se acarrea a la grandiosa idea de la Cooperación. Los “soit-disent” propagandistas de la Cooperación Agrícola, una vez reunido un modesto capital, principian por abrir un almacén, por adquirir un negocio en liquidación. La Cooperativa de Consumo es la que más fácilmente se entiende y esto se explica, pues comprar y vender mercaderías es la cosa más fácil y que todos creen saber hacer. (…) Si en vez de empezar por la Cooperativa de Consumo, se empezara por la de producción, si se entusiasmaran los colonos a juntar sus pequeños y grandes productos y venderlos directamente a los mercados consumidores o a la exportación, entonces sí que se encontraría el beneficio, se podría demostrar prácticamente la utilidad de la Cooperación. (…) … el negocio del comerciante no es la venta de la mercadería sino la adquisición del cereal.»[12]

El que escribe esto no es otro que Piacenza, que va a dominar la FAA en las próximas décadas y exponente de la rama más “burguesa” del mundo chacarero. Así definida en sus intereses, la FAA ofrece su organización al servicio de las cooperativas y llama a discutir la constitución de otras nuev­as.[13] Está clara la orientación necesaria: la cooperativa, o como veremos, la misma FAA a través de sus secciones locales o desde la casa central, debe convertirse en un instrumento de la acumulación de capital. Su objeto será el de eliminar la competencia entre los chacareros, reforzando su fuerza de negociación frente al comercio. Las cooperativas de la FAA desde comienzos de los ‘20 despliegan una interesante actividad que comienza a girar en la perspectiva de organizar la compra de galpones en los puertos para comercializar por sí mismas la cosecha. Se rechazó la idea de com­prarlos en las estaciones por las dificultades que ofrecía a los colonos arrendatarios en constante traslación (lo que prueba que esta última no necesariamente oblitera la capacidad de acumulación del chacarero). En los grandes puertos sería posible dotarlos de maquinaria “moderna” para carga y descarga, limpieza y selección de cereales. La construcción se llevaría a cabo mediante la suscripción de acciones al alcance de cualquier chacarero. Algunas coope­rativas, como las de Fuentes, construyeron su propio galpón cooperati­vo.[14] Hacia fines de la década, la atención se concentra en la construc­ción de elevadores de granos en las estaciones. La ACA (Asociación de Cooperativas Argentinas), creada en febrero de 1922, formuló un plan para la construcción de una red de elevadores, en el que cada cooperativa construiría uno en su estación y todas contri­buirían a la construcción del elevador terminal de Rosario. El primer elevador de este plan se cons­truyó en Leones, Córdoba, por medio de la Unión Agrícola de Leones, el 13 de julio de 1930, a cuya inauguración asistió el “compañero” Martínez de Hoz.[15]

La formación de una federación de cooperativas, como la Fraterni­dad Agraria de Buenos Aires o la Asociación de Cooperativas Argentinas, constituye un paso adelante en la constitución del chacarero como clase y un avance en su formación militar, disciplinando tras sí el “ejército” productor. Sólo un ejército organizado puede enfrentar con suerte la batalla y los ideólogos máximos de la pequeña burguesía, como Piacenza y Kaplan, lo entendieron claramente. La disposición a la lucha se incre­menta a medida que la crisis se agrava. De ahí que en 1930 la ACA construyera un arma nueva, especialmente apta para la lucha por la plusva­lía: el Pool Argentino de Granos.[16] La organización tenía un precedente en el pool canadiense, cuya propaganda se había intensificado en la Argentina hacia fines de los ’20.[17] El Pool formado por la ACA consti­tuía un intento similar y llegó a vender “en excelentes condiciones” directamente a la exporta­ción cantidades nada despreciables de cereal.[18] El fracaso del Pool canadiense enfrió los ánimos y la intervención directa del Estado en la construcción de los elevadores frustró el intento pero no pudo evitar que la voluntad combati­va de los chacareros se evidenciara claramente.[19]

 El asalto a la producción: el combate contra otras fracciones de la burguesía industrial

La trilla constituía uno de los momentos más importantes de cosecha y la tarea más costosa de todas. Por lo general, una trilladora era cara al mismo tiempo que demasiado grande para las necesidades de una chacra pequeña. En tales circunstancias, de poseer capital suficiente, la racio­nalidad empujaba al chacarero a hacer frente a mayor superficie sembrada antes que comprar la máquina. Llegado cierto nivel (por encima de las 200 o 300 has.) podía evaluarse la conveniencia. Mientras tanto, la trilla quedaba en manos de contratistas que ponían la máquina y manejaban el personal. El control del proceso laboral escapaba al chacarero, lo que no significaba que, dado que el chacarero no realizaba la tarea, la plusvalía de la trilla fuera a parar directamente al contratista, de modo que nuestro sujeto no se apropiara de trabajo ajeno.

Si el contratista elevara la tarifa a tal punto que pusiera en compromiso la conveniencia del chacarero, éste reaccionaría en forma inmediata: la primera respuesta contra los dueños de trilladoras, a veces organizados en asociaciones o cooperativas, fue el boicot o la simple negativa a trillar con quienes excedieran cierto precio, organizándose incluso grupos de chacareros que recorrían las chacras armando la resistencia.[20] Si este método no diera resultado, la situación impulsaría al chacarero a comprar la máquina, sólo o en forma cooperativa. Y efectivamente eso es lo que hacen siguiendo el consejo de la FAA cuando el precio de la trilla sube a lo largo de la década del ‘10. Muchos socios de la federación tenían su propia máquina: en 1913 un corresponsal de Moldes de La Tierra proponía que los 120 socios de la corporación que poseían trilladora donaran unos centavos por cereal trillado para el mantenimiento del diario. Ese socio no era otro que, otra vez, Esteban Piacenza. Pero lo más sorprendente es la gran cantidad de socios propietarios de la máquina más cara y compleja del mundo rural. El diario de los chacareros publicaba análisis de costos que demostraban la utilidad de adquirir las trilladoras para que la “ganancia fabulosa” no fuera a “parar a las arcas de los eternos parási­tos”. El movimiento pro compra de máquinas por cooperativas y secciones se extendió rápidamente, especialmente por localidades santa­fesinas, donde las trilladoras de las cooperativas, trillando al mismo precio que los cerealis­tas obtuvieron una ganancia sustanciosa, ahorrando más del 30

El desarrollo de este proceso no debe limitarse a las cooperati­vas formal­mente organizadas. Estas tomarán impulso durante la segunda década del siglo, de la mano de la FAA, que actuaba también como cooperativa “de facto” al mismo tiempo que alentaba un movimiento cooperativo formal. Por lo tanto, nuestro capitalista colectivo, la cooperativa, aparece nuevamente en escena, esta vez como el instrumento más adecuado para capturar parte del proceso productivo que había escapado de las manos del chacarero como la trilla y la desgranada. El chacarero cooperativista, no sólo es más eficiente, sino que es más capitalista, controla más el proceso productivo y aumenta su capacidad de retención de plusvalía. Hasta tal punto llegaba esto que se nota incluso en la relación que trazan los chacareros “solidarios” (asociados en cooperativas) con los obreros. De paso por Oncativo, uno de los organizadores de la FAA, Narciso Gnoatto, recala en la Sociedad de Agricultores Unidos. Habla a los socios, los insta a enlistarse en la FAA y celebra la actitud de los mismos que han llegado a acuerdos de apoyo mutuo con los obreros estibadores y los carreros. Esto no entrañaba ningún problema porque ambos, chacareros por un lado y carreros y estibadores por otro, tenían relaciones conflictivas con los acopiadores, por lo que había bases para acuerdos de mutuo benefi­cio. Sin embargo, Gnoatto relata, con sorpresa para él, la actitud de la cooperativa en el conflicto entre obreros y acopiadores: mientras los agricultores se solidarizaron con los obreros, la cooperativa se niega a hacerlo, porque, como explica su gerente, aceptar las condiciones de los obreros,

“… SI BIEN FAVORECERIA LOS INTERESES DE LOS SEÑORES COLONOS COMO TALES, IRIA EN CONTRA DE LOS MISMOS EN CALIDAD DE MIEMBROS DE ESTA COOPERATIVA. Repetimos que SEREMOS LOS ULTIMOS en aceptar con el mayor placer (?!) lo que se acepte primero por todo el comercio de la localidad.”[21]

No se trata de un caso de alucinante esquizofre­nia sino de la consecuencia lógica del avance capitalista de los chacareros, que ahora se enfrentan como tales a los obreros no sólo en el área de la producción sino también en la del transpor­te y almacenaje. No podía, entonces, ser más coherente la posición del “jerente” de la cooperativa, que no hacía más que recono­cer la realidad de las relaciones en las que se hallaba inmerso.

Las cooperativas, tanto como las secciones de la FAA, así como las asocia­ciones informales de chacareros, ligados o no a la organización chacarera (el hecho que nuestra información proceda sobre todo de La Tierra, no debe hacer creer que es un fenómeno exclusivo de los socios de la FAA) tenían varias tareas, además de comprar máquinas y utilizarlas en forma coopera­tiva. Como ya señalamos, alquilaban galpones en las estaciones para depósito de los socios, compra de bolsas, negociación de cereales, etc.. La misma FAA actuaba en ese sentido, por ejemplo, con su Sección Seguro Mutuo Cooperativo contra el Granizo, que durante 1920 aseguró 1581 póli­zas. También atendía pedidos de compras de repuestos, máquinas y herra­mientas.[22] La cooperativa se propone ser un instrumento de integración vertical del capital agrario, ocupando todos los pasos del proceso de producción, transporte y comercialización, recapturando plusvalía que antes escapaba hacia otros actores.[23] Incluso se intenta la construcción de molinos harineros cooperativos.[24] No en vano, esto generaba una enor­me resistencia. Los cerealistas utilizaban cualquier método para destruir las cooperativas: los que al mismo tiempo arrendaban tierras, amenazaban con la expulsión a los chacareros que se organizaran.[25]

El asalto al salario

Hacia fines de la década del ’20 y comienzos de la siguiente el agro pampeano presencia una caída general en los costos en la cual las cooperativas habían jugado un rol importante, como arma del chacarero:

«La reducción que se ha venido operando en los gastos de producción agrícola durante estos últimos años y que para la campaña 1932-1933 alcanzara un límite que parecía difícil de superar, hizo que el agricultor, ante la imposibilidad de producir a un precio que sin tener la pretensión de que fuera remunerador,  por lo menos salvara los gastos de la explotación, adoptara aquellos métodos que la experiencia y la técnica aconsejaban seguir por ser los más eficaces y rendidores.»[26]

¿Cuál fue la causa subterránea de este fenómeno? Una nueva etapa de desa­rrollo tecnológico en la región pampeana: aquí y en todo el mundo la solución implica bajar costos. Y bajar costos significa emplear aquellas técnicas que, en su contexto específi­co, señalan un aumento de productivi­dad por hombre ocupado. Sólo con una disminución del valor de los produc­tos agrícolas es posible hacer frente a la competencia. Los chacareros aprendie­ron, entre 1914 y 1918, que era posible hacer frente a una renta creciente con un salario en baja. A partir de 1925 aprenderán que la misma receta era válida para hacer frente a la competencia y la caída de pre­cios. Pero, entre 1918 y 1922 comprendieron que la caída de los salarios, debida al hecho circunstancial de la guerra, no podía durar si no se basaba en un hecho permanente, en una caída real del valor de los productos rurales y por lo tanto en una menor necesidad de trabajo por unidad. Además, la desocupa­ción no debía ser circunstancial sino permanente, al menos tanto como fuera posible, si se quería doblegar “la mano rebelde del trabajo”.

La nueva tecnología era más adecuada a las dimensiones de las chacras pequeñas, pero exigía una inversión de capital mayor. Va a ser el sesgo típico del período: nuevas armas a disposición, obligan a nuevas inversio­nes. Las armas son tres: tractor, camión y cosechadora. Por sus consecuen­cias, la última fue particular­mente importante para los chacareros en tres aspectos: primero, porque importaba la disminución del valor de los productos rurales; segundo, porque repotenciaba la mano de obra familiar; tercero, porque implicaba la posibilidad de controlar la parte del proceso productivo que correspondía a la cosecha.[27] El tractor tenía efectos simila­res pero en menor intensidad: permitía mayor superficie de arada por hombre ocupado, por lo que repetía los aspectos uno y dos de la cosechado­ra; reforzaba el punto tres y añadía un cuarto aspecto, eliminando caba­llos (y por lo tanto la superficie destinada a su mantención) permitía menores gastos en la tracción e implicaba un potencial aumento del área sembrada. El camión tenía efectos similares a los del tractor.

En los tres casos la tecnología alteraba las relaciones de fuerzas en el seno mismo de la producción, pero lo hacía diferencialmente. Para los chacareros, un tractor, una cosechado­ra y un camión estaban en conjunto demasiado lejos. Era necesario optar y, por lo general, en los ‘20 la elección fue la cosechado­ra. El camión y el tractor se desarrollaron más en los ‘30. Sin embargo, quien hiciera la inversión podía considerarse a salvo si la crisis de precios de fines de los ‘20 no lo encontraba endeu­dado. Si además actuaba en cooperativa, su pertrecho era impecable. Con la cosechadora atacaba tres frentes: al reducir la cantidad de mano de obra necesaria para la cosecha, reducía el tiempo de trabajo necesario y por lo tanto, obtenía renta diferencial II frente a los que se retrasaran (y la región pampeana fue una de las precursoras mundiales en el uso de esta máquina). Podía hacer frente a una caída de precios sin proble­mas, mientras que la RD II, que es la más difícil de apropiar por el terrate­niente, caería en sus manos si el contrato de arrenda­miento había sido realizado con la tecnología anterior. Aún así, mientras la nueva tecnolo­gía no se difundiera lo suficiente los terratenientes tendrían dificulta­des para capturar la RD II. El chacarero que compró cosechadora a comien­zos de los ‘20 tuvo, hasta 1926-7 buenos precios y menores costos. Incluso la renta era más difícil de controlar con la cosechadora si se cobraba en bolsas, motivo por el cual se difundió el cobro de renta en dinero, lo que otorgaba más libertad al chacarero. Terratenientes y asalariados quedaban fuera de combate, al mismo tiempo que se corría con ventaja contra sus propios congéneres, los demás chacareros y los competidores en el mercado mundial. Pero, además, la mano de obra familiar podía ahora ocupar una mayor responsabilidad en las tareas aumentando la autonomía del chacarero. Como hipótesis, el sueño de la chacra autosuficiente de mano de obra asalariada hubiera estado cerca si una mayor área sembrada no hubiera sido necesaria para mantener el nuevo nivel de capitalización. La diversificación de cosechas podía aumentar esta participación de la mano de obra familiar pero no podía impedir la necesidad de mano de obra asalariada.

El tractor tenía el mismo efecto: la mano de obra familiar podía arar mayor superficie, pero esto implicaba también mayor superficie de cosecha, lo que llevaba a una mayor necesidad de mano de obra en ella y por lo tanto, mantenimiento de la mano de obra asalariada. El camión liquidó al carrero, pero el proceso benefició sobre todo a los comerciantes acopiado­res. Los chacareros que pudieran comprarlo capturarían la parte de plusva­lía que se escapaba en la tarifa del carrero.[28] Los obreros resistieron a este avasallamiento de sus condiciones de vida, en los últimos años de la década del ‘20, con la impresionante huelga de 1928-29 que requirió la presencia del ejército para reprimirla, y durante los ‘30 con la construcción de una firme red sindical que fue imponiendo condiciones que frenaron (aunque no impidieron) la desocupación y la caída salarial

3. Conclusión

El desarrollo del movimiento cooperativo respondió a las necesidades de una pequeña y no tan pequeña burguesía en reestructuración como producto del desarrollo de la crisis capitalista. Cuando la crisis finalmente estalló, el chacarero cooperativizado estaba mejor preparado para enfrentarla. Pero la formación de cooperativas de este tipo no es nunca algo al alcance de todos, de modo que los más pequeños fueron fagocitados por la crisis. El cooperativismo agrario resultó una vía de promoción capitalista para aquellos mejor posicionados que, esto como hipótesis, terminaron dominando la FAA. No significó ningún paso adelante hacia ninguna nueva sociedad, sino unos cuantos a favor de la vieja. Formó parte del desarrollo en profundidad del capitalismo argentino, lo que le permitió mantenerse competitivo en plena crisis:

“… con alguna mejora de precios, muy posible apenas falle parte de las cosechas de los competidores o consumidores, el trigo mejorará hasta pasar de $8, con lo que el agricultor argentino no se enriquecerá, pero sí logrará algún beneficio. Ni el labrador de Canadá, ni, menos todavía, el de los Estados Unidos, podrían llegar, en tales circunstancias, a un resultado semejante.”[29]

Entre las víctimas del desarrollo cooperativo de los chacareros no se encontraban sólo otros burgueses (incluyendo otros chacareros) sino, sobre todo, los obreros. Los capitales concentrados (y las cooperativas de producción son eso, capitales concentrados y/o centralizados) no sólo aumentan su  capacidad para expropiar a otros sino, y sobre todo, para aumentar la explotación de la clase obrera. Boglich, chacarero trotskista, lo vio mucho antes que nadie, antes que volvieran a olvidarse los costos sociales del “progreso”:

“En grado infinitamente mayor que todo el enjambre de leyes “protectoras” de la producción y de los productores, fueron las “economías” realizadas sobre los asalariados las que proporcionaron a la burguesía agraria argentina los elementos que le permitieron afrontar con éxito los reveses de la crisis, sin que aquella se viese forzada a hacer abandono de la producción, salvo en uno que otro caso aislado.”[30]

Cualquier defensa de una política cooperativa o pro-pyme debe tener en mente, siempre, el marco en el cual dicha política va a operar: si como un pacto con el pequeño capital en la transición hacia otro tipo de relaciones sociales o como un estímulo al desarrollo propio del capital, la expropiación de los capitales más débiles y el aumento de la explotación de los trabajadores.


Notas

[1].Véase por ejemplo Palacio, Juan Manuel: “Jorge Sabato y la historiografía agraria pampeana. El problema del otro”, en Entrepasados, n° 10, año V, comienzos de 1996. Otro defecto de ese texto, error que aquí intentamos combatir, es atribuir a los actores conductas desgajadas de su contexto histórico específico, posición común a las expresiones del marxismo vulgar en la problemática agraria y a la ideología oficial de la FAA, donde el deseo de conquistar la tierra aparece en los chacareros como una manifestación metafísica. El texto de Pucciarelli es El capitalismo agrario pampeano, 1880-1930, Hyspamérica, Bs. As., 1986.

[2]. Sociedad Rural Argentina, Anales, 1930, p. 557.

[3]. Ver Duhau, Luis: “Los elevadores de granos en el Canada”, en: S. R.A.: Anales, 1928, p. 227. No estará de más recordar que Duhau poseía más de 4.500 has. sembradas en sus propiedades en Colón, Guaminí, Dolores y General Conesa (Ver Newton, Ricardo: Diccionario biográfico del campo argentino, Bs. As., 1972, p. 155)

[4]. Por ejemplo, Pérez Brignoli, Héctor: “Los intereses comerciales en la agricultura argentina de exportación, 1880-1955”, en Enrique Florescano (comp): Orígenes y desarrollo de la burguesía en América Latina, 1700-1955, Nueva Imagen, México, 1985.

[5]. Seguimos aquí las memorias de Kaplan, Isaac: Recuerdos de un agrario cooperativista (1895-1925), Círculo de estudios cooperativistas de Buenos Aires, Bs. As., 1969. Para un ejemplo de las actividades de una cooperativa, véase Sociedad Cooperativa Agrícola Mixta de Balcarce, Limitada: Estatutos, 1926.

[6]. En realidad, la primera era la cooperativa de seguros contra el granizo, “El progreso Agrícola”, de Pigüé, en 1899. La cooperativa había sido creada por los miembros de la colonia aveyronesa de Pigüé, organizada por Clemente Cabanettes. Véase Tenembaum, Juan L.: Orientación económica de la agricultura argentina, Losada, Bs. As., 1946, p. 232 y Gaignard, Romain: La Pampa argentina, Ediciones Solar, Bs. As., 1989, p. 405

[7]. Scobie, James: Revolución en las pampas, Ediciones Solar, Bs. As., 1982, p. 178.

[8]. Tenembaum, op. cit.,  p. 233  Muchas cooperativas no funcionaban realmente, por lo que siempre el número real puede ser inferior. No obstante, cuando el PEN fija las normas para constituir la CONAGRANEL (Comisión Nacional de Granos y Elevado­res), en 1935, convoca a las coope­rativas a elegir representan­tes, quedando autorizadas para intervenir unas 125 en total, todas ellas pertenecientes a zonas cerealeras e inscriptas en el Ministerio de Agricultura. Se afirmaba la existencia de otras que no estaban inscriptas y se les otorgaba un plazo de 15 días para hacerlo. Ver Boletín Oficial de la Bolsa de Comercio del Rosario, n° 592, del 15/11­/35

[9]. Existieron formas tempranas de cooperación que expresaban la superioridad de la gran explotación: hacia 1908, 56 miembros de una comunidad alquilan juntos 2.600 has. en Longuimay, La Pampa, empresa agrícola  a gran escala, dedicada a la producción triguera. Adelman, Jeremy: Frontier development: land, labour and capital on the wheatlands of Argentina and Canada, 1890-1914, St. Antony`s College, 1989, p. 329.

[10]. Kaplan, op. cit., p. 27.

[11]. La Tierra, 6/10/15.

[12] La Tierra, 6/10/15.

[13]. La Tierra, 19/11/15 Para 1921. Para un racconto de la actividad de la FAA, incompleto aunque en línea con lo que venimos diciendo, ver Bonaudo, Marta y Cristina Godoy: “Una corporación y su inser­ción en el proyecto agro-exportador: la Federa­ción Agraria Argentina (1912-1933)”, en Escuela de Historia, UNR, Anuario, n° 11, 1985, p. 189-194.

[14]. La Tierra, 15/2/21; 11/1/21; 25/1/21; 29/3/21 y 18/1/21.

[15]. La cooperativa había sido fundada en 1920 y en 1929 contaba con 200 socios. Entre sus servicios estaban la provisión en gran escala de elemen­tos para el consumo y el trabajo, la venta de cereales para la exporta­ción, la venta de productos de granja en las plazas consumidoras y seguros contra granizo y accidente de trabajo (Moreira de Alba, Beatriz: “Aspectos de la evolución agrícola (1914-1930)”, en Investigaciones y ensayos,  n° 31, jul-dic 1981, p. 327) Un nuevo ejemplo vuelve a darse cuando se inaugura el décimo elevador de granos cooperativo, en Firmat, mostrando que la crisis no ha mellado la capacidad de las cooperativas para conti­nuar su labor (Boletín Oficial de la Bolsa de Comercio del Rosario, n° 485, 31/3/32).

[16]. Moreira de Alba, op. cit., p. 330.

[17]. En 1928 había llegado al país W. J. Jackman, representante del pool canadiense, para hacer propaganda de la organización. Ver Pampa Argentina, febrero de 1928.

[18]. Malgesini, Graciela: “Pautas de inversión en la pampa cerealera” en Escuela de Historia, UNR, Anuario, n° 12. 1986, p. 242.

[19]. Para una reseña detallada de la lucha por la construcción de la red de elevadores, ver Grela, Plácido: Cooperativismo y monopolio, Editorial Platina, Bs. As., 1965, p. 187 y ss..

[20]. La Tierra, 6/2/20 y 20/1/20. A veces, el conflicto con los trilla­dores era parte del conflicto más amplio con terratenientes o subarrenda­dores que imponían como condición trillar con sus máquinas o las que ellos señalaran (La Tierra, 2/6/16). Otras veces el problema se enmarcaba en conflictos entre trilladores y obreros, repercutiendo las demandas de éstos en el precio final de la trilla (La Tierra, 30/1/20).

[21]. Los signos entre paréntesis y las mayúsculas son del propio Gnoat­to. La Tierra, 15/2/21. Otros ejemplos de conflictos obreros con cooperativas o chacareros asociados, ver La Tierra, 11/3/21.

[22]. La Tierra, 7/1/21; 18/1/21; 11/2/21.

[23]. El mismo movimiento podía ser realizado en sentido contrario por firmas instaladas en el sector comercial. Si la integración cooperativa promovía en sentido capitalista al chacarero, la integración en sentido inverso podía dar por resultado una forma de proletarización encubierta del chacarero, reducido a un simple encargado de la chacra. Es probable que ambos procesos hayan operado a lo largo de las décadas que aquí examinamos. Véase el caso del molinero Minetti convertido en «terratenien­te y ramero jeneral», en La Tierra, 25/1/21.

[24]. En Arequito se hallaba organizado uno en 1921. Ver La Tierra, 28/1/21.

[25]. La Tierra, 14/1/21 y 18/1/21.

[26]. Ministerio de Agricultura, Anuario, 1935, p. 517.

[27]. Un sólo ejemplo bastará: se necesitan unos 30 a 35 hombres para segar y trillar con segadora y trilladora. La cosechadora, con 4 o 5 hace las dos operaciones simultáneamente. Hemos desarrollado este punto en “Ríos de oro y gigantes de acero”, Razón y Revolución n° 3, invierno de 1997.

[28]. Véase nuestro “Barcos en la pradera: Los carreros pampeanos, de la colonia al “granero del mundo””, Todo es Historia, octubre 1993, n° 315.

[29]. Bolsa de Comercio de Rosario, Boletín Oficial, 31/5/33, p. 9

[30]. Boglich, José: La cuestión agraria, Bs. As., 1935, p. 237 y ss.

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