La libertad de los libertarios

«La misma conciencia burguesa que celebra la división manufacturera del trabajo, la anexión de por vida del obrero a faenas de detalle y su supeditación incondicional al capital como una organización del trabajo que incrementa su fuerza productiva, denuncia con igual vigor toda regulación y control social consciente del proceso social de producción como una intromisión en los inviolables derechos de propiedad, libertad y en la ‘genialidad’ auto-determinante del capitalista individual. Es muy típico que los entusiastas apologistas del sistema fabril no sepan decir nada peor contra cualquier organización general del trabajo social, sino que transformaría toda la sociedad en una fábrica.»

(Marx, El capital, Tomo I, Vol. II, p. 377 de la edición de Akal)

Examinando la diferencia entre la división manufacturera del trabajo y la división social del trabajo, Marx señala algo que es muy evidente para quien no tenga las anteojeras liberales puestas: que el capitalista, al mismo tiempo que planifica desesperadamente cada detalle en el interior de su fábrica (y su «negocio» en general), y establece allí una severa dictadura contra los «individuos» que trabajan para él (que carecen de toda capacidad de decisión sobre lo que se puede, debe o quiere hacer y cómo, que constituyen derechos del propietario del capital), cuando sale de ella y entra en la división social del trabajo, es decir, cuando sale al mundo exterior a su propiedad, rechaza todo intento de planificación social y, por supuesto, considera comunismo cualquier intento de regular siquiera la forma en que consume la fuerza de trabajo que compra para que ella produzca plusvalía y en la que utiliza el resto de su capital (maquinarias, campos, etc.).

De aquí se deduce algo también obvio: cuando los libertarios demandan toda la libertad para el «individuo», se olvidan que ellos, en tanto propietarios capitalistas, se la niegan a la inmensa mayoría de «individuos» que contratan. La razón es sencilla: «EL» individuo no existe. Hay «individuos» propietarios de capital (una escasa minoría) y hay «individuos» desprovistos de capital (la inmensa mayoría). De modo que, cuando los libertarios despotrican contra el «socialismo», lo que están exigiendo es su derecho a planificar la vida de otros, pero no la de ellos; su derecho a ejercer la dictadura sobre otros, pero no sobre ellos. Dicho de otro modo: los libertarios defienden los derechos del «individuo» burgués, no de todos los individuos. Defienden el derecho del burgués a ejercer la tiranía social sobre la clase obrera. Y, por supuesto, por mucho que protesten contra la planificación, la ejercen rabiosamente y demuestran que, aún una planificación tan limitada como la capitalista (que no sale de los límites del negocio individual) puede obrar maravillas. Dejan entrever, entonces, qué tan libres y tan productivos podríamos ser en un mundo liberado de la explotación del capital.

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