La subrogación de vientres y la compra-venta de niños

Tiempo atrás se hacía popular una serie, «Pequeña Victoria», que ponía su eje en la subrogación de vientres. Se trataba, como se dice ahora, de «romantizar» una situación deleznable: una mujer «profesional» que decide «maternar» con una niña surgida de un vientre «alquilado», una pobre chica perseguida por un cafishio, provinciana pobre, con deseos de triunfar en un medio particularmente turbio como el de la música comercial, lejos de su familia y necesitada de dinero urgente. En el medio, para ponerle «romance» e introducir una problemática «políticamente correcta», aparece la historia de amor entre Facundo Arana y una chica trans interpretada por Mariana Genesio. La función de esta historia secundaria (como la del amor entre una mujer mucho mayor y un muchacho mucho más joven, o las idas y vueltas amorosas de los «profesionales» del marketing cervecero, por ejemplo) es desviar la atención del espectador del fondo del asunto, que queda reducido a una simple «anécdota». Anécdota que se vuelve insignificante gracias a la presencia de un bebé, que como se sabe, endulza cualquier situación, y a la indudable «bondad» y «comprensión» de la «madre» de la pequeña Victoria, que es la que pone la plata. Ya sabemos que con plata se arregla todo y esa es, finalmente, la moraleja: los millonarios pueden hacer lo que quieran, para eso tienen plata. Solo les pedimos que sean amables.

No es la primera vez que esta perspectiva se impone en los medios como expresión de los intereses burgueses más miserables. ¿Quiero ser padre/madre? Tengo plata, puedo hacerlo. Es más, ya se monta el negocio y adquiere escala internacional. En Ucrania, se sabe, hay mujeres hermosas desde el punto de vista del canon de belleza «occidental». Blancas, ojos claros. Pero mujeres así hay en toda Europa. Suecia o Alemania, por ejemplo. Pero sucede que Ucrania es el país más pobre del Viejo Continente. Luego, someter a una mujer a la agresión biológica de su salud que es la producción de óvulos para su venta, es mucho más aceptable para una pobre ucraniana que para una alemana o sueca. Ucrania se transforma, entonces, en una exportadora de óvulos. Pero sucede que hasta una ucraniana es demasiado cara para mantener en su vientre a un niño 9 meses, además de que Ucrania queda a trasmano y no ofrece las mismas garantías que un país «serio» donde reina la «seguridad jurídica». Luego, mejor que ese óvulo crezca en el vientre de una mujer pobre y negra de los EE.UU. Por supuesto, si uno no tiene tanto dinero, puede hacer todo en la misma Ucrania, donde cualquier cosa puede pasar, como que invadan los rusos y quede un montón de niños varados… Y si no, a la India, donde ya existen «granjas» de vientres de alquiler. Se sabe que los hindúes son gente «como nosotros», solo que de un color de piel un poco más oscuro, pero muchas veces engalanada con unos ojos preciosos y una elegancia difícil de imitar, a lo que se agrega el retintín del exotismo… Un millonario puede darse esos gustos.

Un caso particular, finalmente, el de la subrogación de vientres, de otros «mercados», como los denomina Milei, la venta de órganos, por ejemplo. Este «mercado» urge también de reglamentación, diría el economista liberotario, lo que en sus palabras significa «liberalización» y legalización. Un Francella siempre tan convincente cuando se trata de retratar al vivillo porteño, con sus toques y mohines de víctima cuando hace falta, protagoniza «Animal», donde vemos todos los dramas por los que debe atravesar un profesional de clase media, laburante, de esos que «agarran la pala», en un país atrasado como éste, donde no se puede comprar un riñón a alguien que quiere venderlo. En este caso, la situación se endulza por el peligro de muerte, la desidia e ineficiencia del Estado, la incomprensión de la familia y el carácter descompuesto, moralmente hablando, del drogadicto donante. Y sí, después de esto, ¿por qué no legalizar la venta de órganos? Hasta es un negocio posible para una familia que sufre una «pérdida»: se te murió un hijo, por ahí, vendiendo un corazoncito por acá, un riñoncito por allá (encima, tiene dos), corneas más allá, por ahí te comprás un terrenito, un autito, quién te dice, un departamento. Eso mitiga la pena, supongo…

Milei causó escándalo también por proponer la libre portación de armas. Pero, ¿cómo resuelve el problema un millonario sin puntería? Demos un paso más y permitamos la libre contratación de sicarios. De última, si se lo regula adecuadamente… Lo mismo con la droga: que haga lo que quiera, pero que después no me pida plata para rehabilitación, eso no. Cada uno hace de su … un pito. Podríamos seguir todo el día con este tipo de disparates, incluso con algunos ya asumidos como «trabajo», como la prostitución, por ahora, solo por ahora, detenida apenas ante el umbral de la infancia. Se trata siempre del poder de ese poderoso Caballero, que es Don Dinero. El liberalismo es eso: la glorificación del poder burgués, la naturalización de su fuerza derivada de la propiedad del capital, la transformación en sentido común de la capacidad infinita de abuso de aquel que vive de la explotación de otros. Un poder que se ejerce con más impunidad cuanto más débil es el subordinado: pobres, mujeres, travestis, niños, extranjeros, indios, negros. Obreros. Es, en definitiva, un poder de clase. Aquellos obreros y obreras que logran organizarse y defenderse, ponen un límite. Los otros, sufren el poder sin límite del capital.

Esta porquería ideológica, que glorifica el poder del dinero y que justifica la mercantilización general de la vida, eso es el capitalismo, no se combate sino con la abolición de la propiedad privada y la eliminación de la explotación. Eso no nos obliga a esperar el fin de la propiedad privada para poner límites a estos asaltos a la dignidad humana (como pretenden algunos «marxistas» que tildan de «moralina» reformista a este tipo de planteos). Al contrario, son parte de la lucha contra una de las formas más oprobiosas de organización social.

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