Política de la identidad

La política de la identidad pasa como la última palabra en izquierdismo. Es, por el contrario, la primera línea de la reacción ideológica. Explicamos aquí, por qué Evo Morales y Cristina son más peligrosos que Macri y Bolsonaro.


En Hegemonía y estrategia socialista, Laclau y Mouffe desarrollan la idea de que el sujeto tiene una constitución, en última instancia, discursiva. Se nombra, luego existe. O, mejor dicho, en tanto no hay sustancia de sujeto, hay tantos sujetos como nombres posibles. El resultado es la atomización subjetiva. El rol del político es la articulación de dicha atomización a través del discurso. Esta deriva del pensamiento político supuestamente de izquierda, es la expresión y (también, parcialmente) la causa, de la crisis de la política revolucionaria en la clase obrera. Esa crisis da como resultado la pérdida de conciencia de clase en vastas capas obreras, pero es también resultado de transformaciones reales en el proletariado (mengua de ciertas fracciones -el proletariado industrial- y ascenso de otras -la población sobrante) y en otras clases y capas no proletarias (proletarización de pequeña burguesía, sobre todo). Esa pérdida de conciencia proletaria se “llena” con otras “conciencias”, desde la puramente burguesa a una amalgama de ideologías pequeño burguesas (indigenismo, campesinismo, las “identidades” en general). Se entiende, entonces, por qué el “clima de época” o la “estructura de sentimientos” actual es espontáneamente posmoderna.

Es esta configuración político-social, también, la que explica y da sentido a la “política de la identidad” y es la razón también de su tremenda eficacia. Destruye la conciencia de clase por la vía de una representación fragmentada. Pero esa representación no es una simple satisfacción de intereses proletarios ni siquiera parciales sino particulares. No los limitados intereses secundarios de la clase, ni siquiera los intereses corporativos de una fracción dada, sino los más inmediatos de un grupo: los “mapuches”, los “no-binarios” o, peor aún, “les gordxs”. En tanto intereses particulares, escapan de la política obrera, de clase, ya que esas “particularidades” están presentes en toda la escala social, desde que hay obreros mapuches/no-binarios/gordxs, burgueses mapuches/no-binarios/gordxs, pequeño-burgueses mapuches/no-binarios/gordxs, etc. El particularismo es un ácido disolvente del clasismo.

Por otra parte, siempre es una representación heterónoma, en tanto resulta en una construcción política burguesa. Construcción que tiene la función de anudar relaciones destruidas por las transformaciones económicas mencionadas y que dieron lugar a las rebeliones populares de fines de los ‘90. Esta representación es, entonces, cooptación que tiene una base bastante más pedestre que la “articulación discursiva”: el Estado. Finalmente, el centro emisor del discurso laclausiano de la identidad es el “representante” de la identidad particular transformado en funcionario estatal, es decir, en constructor de la hegemonía burguesa. El discurso de la “identidad” es entonces, la cobertura ideológica de esta cooptación que, como toda cooptación, construye un dispositivo de control social, en particular, sobre la clase obrera, bajo el lema “divide y reinarás”.

Las grandes categorías sociales (clase, género) son vaciadas de todo contenido y terminan siendo continentes residuales (obrero vs “campesino”, “indígena”, “marginales”; “mujer” vs “lesbiana”, “gorda”, “originaria”) donde queda lo que no tiene nombre. Esta perspectiva se transforma en una política del privilegio que suele justificarse sectorialmente por algún criterio particular (son los más marginales, se mueren más jóvenes, etc.) y que se expresa en “expansión de derechos”. Es una política muy eficiente: construye aparatos punteriles que amplifican el discurso populista y le otorgan una sobrerrepresentación, en tanto esas “identidades” no tienen una realidad sustantiva (poner a los representantes de los “pueblos originarios” a la altura del movimiento obrero es simplemente un disparate, por dar un ejemplo). Su eficiencia, sin embargo, descansa en la fuerza del aparato del Estado y sus recursos.

Igual que otros populismos, en tanto la política de la identidad es la ideología básica del populismo, el kirchnerismo desplegó esta estrategia con la mayor energía después del 2008. Se le agotó en 2014. El chavismo está viviendo ya su posteridad. Evo tiene para un rato. Todas estas estrategias aparecen como “empoderantes”, cuando en realidad, cumplen la función inversa: “desempoderar” a la clase obrera. Este proceso se desarticula con la agudización de la crisis y la reaparición en primer plano de las contradicciones de clase. Mientras tanto, vivimos una “primavera” burguesa de las “identidades”. Su carácter burgués se demuestra en tanto quienes supuestamente se oponen a ellas, las heredan y reutilizan, como el PRO en Argentina o Ciudadanos en España.

La estrategia de la izquierda ha sido, hasta ahora, plegarse a ese discurso y, por ende, claudicar ante la burguesía. Abandona instrumentos que la clase obrera ha forjado, a lo largo de su historia, para recuperar la unidad de la clase, por ejemplo, la demanda de un seguro de desempleo universal que cubra todas las necesidades de las capas desocupadas que buscan salida a su situación a través de las “identidades”, cayendo así en las redes de cooptación burguesas. Cuando la izquierda fracasa en su tarea de reconstitución de la clase, la crisis de la política de la identidad es aprovechada por opciones burguesas que le dan continuidad, o por otras que, captando el malestar que ella genera en los “residuos” identitarios (que son, sin embargo, la mayoría de la población), desarrolla un “igualitarismo bestial”, que busca la reconstitución de la universalidad del “ciudadano” por la vía de la ideología burguesa más reaccionaria. Macri y Bolsonaro ejemplifican estas estrategias. Milei la capitaliza hoy mejor que nadie. A su vez, el fracaso previsible de estos últimos probablemente dé como resultado un retorno “identitario”. Es de creer que este retorno, en condiciones de crisis agravada vea la desarticulación completa de esta estrategia, incluso de manos de quienes le dieron vida. Mientras tanto, la clase obrera seguirá siendo el convidado de piedra de este festín burgués, a menos que la izquierda intervenga con otra política.

Publicado en Mentiras verdaderas.