¿Qué es un genocidio?

Entender el proceso social realmente vivido en la Argentina de los ’70 resulta crucial para comprender la evolución posterior de la política y la sociedad argentina actual. El concepto de genocidio no ayuda a dicha tarea, más bien lo contrario. Publicado originalmente en Facebook como respuesta a las inquietudes de varios compañeros, reproduce ideas defendidas desde hace mucho tiempo por RyR. En este caso, la intervención buscaba combatir las ideas institucionalistas y burguesas de muchos militantes de izquierda, en particular, trotskistas.


«El verdadero oscurantismo no reside en que se impida la difusión de lo verdadero, lo claro y lo útil, sino en que se ponga en circulación lo falso.» Goethe.Mucha gente se indigna cuando se señala que en la Argentina del Proceso no hubo un genocidio. Por lo general, se trata de kirchneristas, lo cual no es extraño. Lo que es extraño es que se hable de lo que no se sabe. Una de las muchas cosas que no saben los que hablan sobre el tema sin ser especialistas, es que en la ciencia las palabras no son palabras, son conceptos, es decir, caracterizaciones sobre realidades específicas, cuya virtud máxima es la precisión. Un concepto impreciso no sirve, simplemente porque no describe ni sintetiza bien. Y si no podemos describir adecuadamente la realidad, no podemos entenderla, de la misma manera que si no podemos sintetizarla, no hay forma de explicarla porque todo se vuelve inmanejable. Podemos decir que los obreros venden «la capacidad para ejercer una actividad energética que puede resultar en una manipulación de la naturaleza que termine en una transformación que arroje más valor que el que ella misma requiere para reproducirse como tal masa de energía dispuesta nuevamente para reanudar el ciclo de producción de valor». Pero es más sencillo sintetizar y decir que los obreros venden «fuerza de trabajo». Al mismo tiempo, el concepto «fuerza de trabajo», cuando se lo despliega, contiene todo eso, describe esa realidad. Descripción y síntesis. Los científicos, entonces, no utilizan las palabras ingenuamente. Sucede que los que no son científicos suelen hacerlo y esa es la vía por la que internalizan relaciones falsas entre los objetos del mundo involucrados en esos conceptos. O lo que es lo mismo que decir, internalizan la ideología. Decir que en la Argentina hubo un «genocidio» se les aparece como «normal», «natural», «lógico»: ¿de qué otra manera puede ser? Un seudo concepto es, entonces, un ideologema, una unidad ideológica de sentido. El «concepto» de «genocidio», aplicado al análisis de la realidad argentina de los años ’70 es un ideologema. Una unidad ideológica en la estructura de un relato ideológico.Sucede también que esas personas no razonan científicamente, es decir, no se preocupan por captar las relaciones que constituyen al objeto, sino por las características del emisor del discurso. De modo tal que, si Hitler decía que la Tierra era redonda, la gente de bien, la gente «progre», «naturalmente», debe afirmar que es cuadrada, porque la verdad de una afirmación no proviene del objeto sino del sujeto. No abundaremos aquí en el hecho que esta subjetivización del conocimiento se vincula con el fascismo, de modo que, aquel que pretende ser progresista porque se coloca políticamente frente al fascismo al mirar la realidad sin preocuparse por ella misma, en verdad está en la misma vereda que el fascista y coincide con él de un modo muy profundo, ontológico. Desde ese punto de vista, la realidad es lo que uno ve (o lo que uno quiere). Pero, del pensamiento (o del deseo, o de la voluntad) no se deriva la realidad. Por lo tanto, podemos deducir de aquí que para entender un problema no alcanza con saber (en realidad, no tiene importancia) quién emite el discurso o con quién «coincide» el que emite el discurso. Para entender un problema hay que partir de la realidad misma.Cuando hablamos del golpe del ’76, lo primero que hay que hacer es un ejercicio arqueológico. Es decir, separar lo que es ideología de lo que es realidad, las capas que la historia va plegando sobre el objeto, que no solo lo ocultan, sino que lo transforman. Dicho de otro modo: hay por lo menos dos objetos llamados «golpe del ’76». Uno es el que corresponde a los hechos históricos. Otro, el que se fue construyendo por las capas de ideología que la lucha de clases fue depositando encima. Y en esta última especie tenemos al menos dos variantes dominantes: la teoría de los dos demonios y el «setentismo» kirchnerista.La teoría de los dos demonios explica algo así como que de ambas puntas del espectro ideológico surgieron grupos con problemas siquiátricos que emprendieron una batalla a muerte, de la que la sociedad fue simple espectadora. Una imagen de la película «No habrá más penas ni olvido» ejemplifica esta estructura explicativa a la perfección: el paisano que, a caballo y sin saber de nada, es baleado al cruzarse en un tiroteo entre ambos facciones peronistas. Esta «teoría» elimina toda explicación social del golpe de Estado, limita los actores a «la guerrilla» y «los militares», exculpa de toda responsabilidad a los partidos burgueses y, sobre todo, a la propia burguesía. Por otra parte, al reducir el «campo popular» a «la guerrilla», identificada con un grupito de universitarios encandilados por el Che y el mito del Perón socialista, borra de un plumazo toda la lucha de clases en el cual el golpe está enmarcado y, en particular, el protagonismo de la clase obrera en esa lucha. Al mismo tiempo, los muertos del campo revolucionario son equiparados a «víctimas», «inocentes» que no hicieron «nada», en particular, luchar. No fueron militantes, es decir, cuadros organizados de una fuerza social en lucha, fueron simples ciudadanos a los que «por error», «por abuso» o por simple «exceso», se sometió a la detención, la tortura y la muerte. Paralelamente, los cuadros de la contra-revolución, «los militares», son equiparados a locos degenerados que hacían lo que hacían por su cuenta, en nombre de entidades metafísicas como «la familia cristiana» o el «orden». En esta descripción de los torturadores y del personal de tareas contra-insurgentes de las FFAA lo que se juega no es una «injusticia» histórica (o sí, pero que se defiendan ellos…) sino la separación de esos cuadros contra-revolucionarios de la clase que los usó para contener la crisis hegemónica. Como el gatopardo, la crisis final del Proceso tras Malvinas exigía una estrategia que cambiara algo para no cambiar nada. Lo que no debía cambiar era el poder social en manos de la misma clase que empujó, aupó, protegió y, sobre todo, se benefició con el Proceso: la burguesía. La burguesía, como clase, desechó a un personal (los militares) cuando ya no les hacía falta y, más que nada, cuando su misma presencia resultaba un peligro para la continuidad de la dominación. Entonces, afuera los militares, hola partidos políticos «civiles». Que el Proceso no fue una dictadura «militar», porque de ella participaron, en mayor o menor grado, todos los partidos burgueses, lo detecta rápidamente cualquiera que revisa un programa de televisión, un diario o una revista de espectáculos de aquella época. Pero sacrificar a los militares era un movimiento estratégico: el retorno a la democracia era entendido como el fin de la dictadura y, en cierto sentido lo era, pero para ocultar otra dictadura, más importante. Lo que terminaba era el régimen político dictatorial que hacía posible la continuidad del poder de la clase dominante. Lo que se iniciaba, la «democracia», era el régimen político que ahora velaría, de otro modo, para asegurar esa misma continuidad. Dicho de otro modo, la misma clase social organizó sus instrumentos y su personal (la «dictadura») y dio el golpe, para desarmarlo después y despegarse de ese hecho tan desagradable. El cambio de régimen político escondía la continuidad de la dictadura social de la burguesía. En el medio, los «militares» fueron simplemente los idiotas útiles de la clase dominante.El setentismo K aparenta ser distinto de la teoría de los dos demonios. Sobre todo porque tiende a constituir a uno de los polos en representante de la sociedad (la «juventud maravillosa») y constituir al otro en el «anti-pueblo». Esto pareciera acercarse más a la realidad, pero es solo aparente. Porque el polo del «anti-pueblo» está conformado no por una clase social (la burguesía) sino por un conjunto de empresarios «anti-nacionales». Traducido al lenguaje actual, el problema, igual que en la teoría de los dos demonios, no es el capitalismo y su dominio, sino «Clarín», los «medios concentrados», los «grupos monopólicos», la «oligarquía», a los que suele sumarse el «imperialismo». Confundiendo al individuo con la especie, se nos dice aquí que la «maldad» no es del sistema mismo, sino de algunos de sus representantes, puesto que hay un «capitalismo bueno», el de los capitalistas «nacionales». Se ha borrado aquí el carácter clasista de la confrontación y el objeto real de la lucha: la destrucción/continuidad de las relaciones básicas que ordenan la vida social. Ahora, los «setentistas», a quienes no se ha quitado del todo el adjetivo de «víctimas», porque eso significaría asumir que también usaron la «violencia» (y la versión K es una versión «pacifista» del cambio social: llegó Néstor y nos «empoderó» ), son luchadores por la «patria», por la «democracia», por los «derechos humanos», representantes del «amor» frente al «odio». Es decir, estos «setentistas» son kirchneristas avant la lettre, defensores del pueblo frente a los abusos de los «poderosos» (los «monopolios», los «medios concentrados», etc.). Paralelamente, no solo la verdadera sociedad se ha desvanecido, reemplazada por un conjunto de figuras fantasmagóricas al estilo del capítulo en que Zamba viaja a la Argentina del Proceso, sino que, otra vez, los protagonistas son los «militares» y un conjunto de empresarios a lo sumo, acompañados por algunos miembros de «la derecha», como Martínez de Hoz o Macri (de Luder, que firmó la orden de aniquilamiento y Cavallo, cuya larga vida como funcionario del Estado comenzó a fines del Proceso, para transformarse luego en «compañero peronista», por dar solo dos ejemplos, mejor no hablar). Lo que este relato borra es la participación del propio enunciador del relato, el peronismo, y su rol en la represión mucho antes de la llegada de Videla, su complicidad con el golpe y su intento, frustrado de indultar a los militares con Luder, primero, y exitoso, después, con el Menem que tanto aplaudían Néstor y Cristina. La Triple A es, particularmente, el «punto ciego» del peronismo, esa zona de no visibilidad de cuya utilidad política alertaba Roland Barthes. El setentismo K es, básicamente, un «operativo limpieza» del peronismo. Cuando nos llaman a «hacer memoria», nos llaman a hacer este ejercicio ideológico: a comprar el relato K. Va de suyo que cualquier interesado en el tema no tiene que «hacer memoria», sino ciencia. En efecto, por eso rechazamos la consigna de «hacer memoria». Porque la primera pregunta es, más allá de los límites evidentes de la operación cognitiva llamada «memoria», ¿de cuál «memoria» hablamos? ¿De la que se funda en un conocimiento científico y, entonces, implica una explicación de los hechos, explicación de la que pueden darse pruebas? ¿O del «testimonio» interesado de quienes dicen «haber estado allí»? ¿O de la que se construye a posteriori como reflejo ideológico del campo de fuerzas dominado por la conciencia burguesa? Si nos inclinamos por un análisis científico, nos tenemos que concentrar en lo que pasó, no en los relatos sobre lo que pasó. Si nos extendimos en explicar esas dos operaciones ideológicas que describimos, es para mostrar su utilidad política. Pero todavía no hemos dicho nada que las descarte. Porque su verdad depende de ese análisis de los hechos, no de la exposición de su realidad como constructos políticos. Es aquí donde el concepto de «genocidio» viene a mostrar su carácter no científico. No no oponemos a este concepto porque nos alineamos con el «negacionismo». Nos oponemos porque no describe, en este caso, la realidad. En efecto, si hiciéramos la misma operación anterior ahora aplicada al concepto de «genocidio», veríamos otra estratigrafía interesante, que arranca después de la 2° Guerra Mundial. Se trata de un crimen de «lesa humanidad» que lesiona «derechos básicos», derechos «elementales», derechos «humanos». Sobre este punto, el carácter ideológico burgués de los derechos humanos, hablaremos otro día. Concentrémonos en la expresión «genocidio». Genocidio alude a la destrucción de un pueblo, grupo o etnía, por razones de raza, credo, religión, etc. Todo genocidio asume magnitudes descomunales por su propio objetivo: seis millones de judíos, un millón de armenios, etc. Por su propio objetivo, un genocidio no distingue clases sociales, se trata de una «limpieza» general. Un genocidio es perpetrado, siempre, por un Estado contra la población no «estatizable», que no debe o quiere formar parte del Estado genocida (los palestinos, por ejemplo). Ninguna de estas características describe lo que sucedió en la Argentina: se trata de una dictadura de clase, los muertos tienen una clara definición de clase, los objetivos de los «represores» no tienen que ver con eliminar a grandes masas sino solo a los cuadros dirigentes, los motivos son muy explícitos (recomponer el orden burgués y «reorganizar» la vida social desquiciada), los métodos, los que hemos visto en toda guerra civil. Dicho de otro modo, no hubo genocidio. Los intentos de algunos sociólogos de operacionalizar esta categoría para el análisis de la guerra civil (entre ellos la notable, querida y respetada Inés Izaguirre) tenían más motivaciones políticas que científicas y solo contribuyeron a oscurecer el asunto. En la Argentina hubo una guerra civil y los «desaparecidos» (de quienes podemos hablar más adelante) son los cuerpos de las estructuras combatientes de la clase obrera (entendiendo «combatiente» a todo aquel que constituye un elemento de una fuerza social) a los que la contra-revolución necesitaba eliminar. El término técnico que explica su eliminación es «masacre». Es lo que hace una fuerza vencedora cuando ha vencido a su rival y procede a exterminarla. De allí que en la Argentina, la masacre alcanzara «solo» a 20.000 personas. Remarco las «comillas» del «solo»: en términos morales, la muerte de una sola persona es un escándalo y está bien que así sea. Pero en términos de ciencia social, la magnitud de la masacre y la forma que asume («desaparición») es un indicador de la forma en que se libran los combates y del nivel de la lucha de clases alcanzado. En la Argentina la lucha de clases no llegó a la España del ’36 (por eso no vimos la formación de organizaciones claramente separadas y enfrentamientos militares en toda la regla) ni se involucró a toda la sociedad. Tampoco fue como la «movilización» y la crisis de régimen que produjo el 17 de octubre, donde no pasó nada que no fuera contenible por el «diálogo», es decir, por la democracia burguesa. El período que va de 1969 a 1978 constituye un proceso de características revolucionarias en el que no se planteó en ningún momento una situación revolucionaria. Dicho de otro modo, la revolución asomó la cabeza y no logró erguirse (por culpa del peronismo, obvio, ya hablaremos del rol contrarrevolucionario del peronismo). El golpe del ’76 fue preventivo, se produjo mucho antes de que la situación llegara a ese nivel de crisis, algo que se anunció como probable con la huelga general de junio-julio de 1975. La forma y la magnitud de esa represión se explican por este carácter preventivo: no era necesario, es más, hubiera sido contraproducente, que la fuerza contra-revolucionaria saliera a mansalva contra toda la población. Dicho de otro modo, no podía asimilarse a nada que se relacionara, aunque sea remotamente, con un «genocidio». Lo único que conseguiría sería arrastrarla a una lucha de la que no participaba y de una pasividad a la que había sido conducida por el peronismo. Cuando hablamos del «golpe del ’76» tenemos que hablar de esta dupla que la ideología «democrática», en particular, el relato k, se ha esforzado en separar: la íntima solidaridad funcional entre el peronismo y los «militares», entre Perón y Videla.Concluyendo: el concepto de «genocidio» no describe ni sintetiza lo ocurrido. Por el contrario, es solidario en la tarea ideológica de ocultamiento y, por lo tanto, en la de reconstruir el poder burgués en el campo de lo ideológico-político. O como Gramsci lo llamaba, la victoria «moral» del enemigo. No fue genocidio. Eso es lo que la burguesía quiere que creamos. Fue guerra civil. Por qué muchos compañeros, honesta e incluso valientemente, optaron por esta estrategia para enfrentar la realidad post-Proceso, es otro problema, el de las contradicciones y los límites de la política de los derechos humanos. De eso podemos hablar más adelante, con los interesados en la verdad histórica. Los desesperados por repetir un relato ideológico, abstenerse.

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3 Comentarios

  1. El artículo es muy interesante porque obliga a replantearse las percepciones comunes muy difundidas e instaladas sobre un proceso que se debe plantear en términos de las luchas de clase en argentina. Lo es también porque, a mi entender permite proyectar nuevas preguntas por fuera de los lugares comunes a los relatos dominantes. No puedo evitar pensar que es provocador, perturbante e invita a la reflexión profunda, a aquello que quizás no queremos pensar… nostalgia de una derrota? esquive de un replanteo estratégico mas brutal pero necesario a futuro……?
    Gracias Eduardo

  2. Gracias por tu comentario. Me parece que, además de lo que decís, nostalgia y falta de voluntad de replanteo estratégico, está la derrota en el plano teórico, el proceso por el cual los marxistas y socialistas del más variado pelaje se ven arrastrados a razonar los problemas desde las categorías teóricas del enemigo. Un abrazo.

  3. Es que el gran aporte de los intelectuales al campo de la lucha debe ser necesariamente ese, después podemos plantearnos muchas formas de colaborar en ese camino, pero si no podemos aportar y expropiar el entendimiento de los procesos a la misma clase que se quiere combatir, y desde lo que se supone es nuestro dominio, la lucha se entrega a la adecuación que se hace del mundo por parte de las clases dominantes a las que se quiere derrocar. Creo que parte de esa búsqueda es la que estuvo en juego durante los 70´s y recuperar el entendimiento de esa parte de nuestra historia se vuelve central como experiencia si es que se quiere buscar una estrategia que logre el resultado esperado.
    Gracias como siempre Eduardo un gran abrazo.

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