Una farsa criminal


Cualquier análisis serio debe partir de rechazar la victimización de Ucrania, al igual que las justificaciones de Putin para sus atrocidades. En ninguno de los dos lados hay nazis, por empezar, pero tampoco, en ninguno de los dos lados, hay ángeles.

*Publicado en Perfil, 13/03/202

Es un lugar común hoy, en el mundo “occidental”, condenar la invasión rusa como un ataque despreciable a un país independiente. No por ser un lugar común, deja de ser menos cierto o menos correcto. Sin embargo, así como había que realizar esa condena sin cortapisas ni eufemismos (nada de “Ah, pero la OTAN…”), todavía queda por discutir las causas que llevaron a este punto y las soluciones posibles, sobre todo hoy, cuando la cosa amenaza con salirse de madre. Y hay un punto ciego de ese lugar común, que se niega a examinar las culpas de la “víctima”, entre otras cosas, porque la propaganda ucraniana-otanista ha tenido éxito en la maniobra ideológica de la victimización. Cualquier análisis serio del problema debiera partir de rechazar esta construcción ideológica, igual que rechazamos las justificaciones de Putin para sus atrocidades. En ninguno de los dos lados hay nazis, por empezar, pero tampoco, en ninguno de los dos lados, hay ángeles.

Victimización e ideología. La victimización absoluta de Ucrania es una ideología. Como toda ideología, parte verdad, parte mentira. No podría funcionar ideológicamente si no supusiera una verdad en el fondo. No podría funcionar ideológicamente, si no implicara una distorsión intencionada de esa verdad. La verdad es que Ucrania es hoy, ahora, “víctima”. La distorsión, por el contrario, supone la reconstrucción amañada del proceso que la llevó a esa posición en la que ahora es víctima. 

No se trata solo de una serie de incoherencias en ese relato: Crimea fue siempre rusa; en las provincias de Lugansk y Donets, la mayoría rusa está claramente establecida; el presidente anterior al actual, Poroshenko, no solo reivindicó a personajes históricos de dudosa reputación, como Stepan Bandera, filofascista, sino que apoyó una guerra clandestina con elementos neonazis (como el Sector Derecho o el Batallón de Azov) contra los separatistas rusos; el gobierno ucraniano niega el derecho a la separación o a un status especial a las provincias disidentes, al mismo tiempo que reivindica su separatismo de la URSS; se declara no beligerante, pero pide su incorporación a la OTAN… 

Hay, en el fondo un problema mayor por el cual no se puede, simplemente, cortar la historia de Ucrania en el aquí y ahora de su condición de víctima. Detrás de esto hay un grueso error político. Para decirlo sencillamente: sos Uruguay, no te hagas el guapo con Argentina o Brasil.

Irresponsabilidad. Se puede admirar el coraje de los hermanos Klichko o de Zelensky, pero no se puede aceptar que confundieran la reivindicación abstracta de un derecho (la “autodeterminación nacional”), con la realidad de una frontera compartida con el mayor poder nuclear del planeta, que exige reivindicaciones que, razonables o no, tienen detrás una fuerza militar inigualable. 

Jugar a David y Goliath cuando se tienen otras opciones, es irresponsabilidad política pura. Además, creer que ese aliado al que se apela va a responder con hechos a la altura de las palabras grandilocuentes, solo agrava el asunto, porque suponer que la OTAN va a entrar en guerra con Rusia por Ucrania, tiene el mismo nivel de improvisación que la ilusión del Galtieri y la guerra de Malvinas. 

Para peor, en la situación actual, la escalada literaria solo incrementa la energía puesta en esa línea: los políticos otanistas se desesperan por plegarse a la línea “popular” de defensa airada de la “víctima”, muy redituable en la opinión política, por un lado, mientras los dirigentes ucranianos se envalentonan con la validación internacional de su actitud, por otro. Se hace difícil, así, una desescalada del conflicto. Como la OTAN ya ha dejado en claro que no piensa intervenir militarmente en Ucrania, la inútil resistencia ucraniana solo hace las cosas más difíciles para un rival dispuesto a todo y que tiene con qué. La consecuencia va a ser la que ya vemos: mayor destrucción y mayor mortandad entre las masas ucranianas.

Neutralidad y clase obrera. Había (y todavía hay) una línea de acción más responsable para los ucranianos, que parte de una evaluación más seria de la realidad: la neutralidad, el reconocimiento de la soberanía rusa en Crimea y la discusión de un estatus especial, incluyendo el derecho al separatismo, del Dombás. La primera es la línea que los finlandeses han seguido por casi un siglo; las dos últimas son ya un hecho. La reivindicación del derecho a incorporarse a la OTAN era y es una estupidez política; la reivindicación de una integridad territorial que ya no se tiene desde hace mucho, es un hecho político profundamente erróneo. 

Desde este punto de vista, Ucrania ha sido, hasta ahora, una “víctima” innecesaria. Se la arrastró a una guerra fatal, donde no la espera sino destrucción. 

Falta, sin embargo, precisar, acomodar ese punto de vista para ver con más detalle el núcleo del problema. Porque quienes quieren incorporarse a la OTAN y a la UE, no son, necesariamente, los obreros ucranianos. Ucrania es un sistema político dominado por la corrupción, una práctica que ha resultado la partera de la nueva clase capitalista que se apodera del poder con la caída de la URSS, a cuyos componentes suele denominárselos “oligarcas”. El núcleo del problema ruso-ucraniano es una batalla entre dos grupos de “oligarcas”, unos que tienen mejor relación con sus “hermanos” de clase rusos (los Yanukovich, por ejemplo, que han construido sus fortunas sobre la base de la privatización en el Dombás) y otros, más inclinados a la Unión Europea (los Yuschenko, las Timoshenko, cuyos vínculos con el mundo “occidental” son más fluidos). 

Ni la incorporación a la UE, ni su dependencia de la Federación Rusa va a cambiar demasiado su situación. La clase obrera ucraniana es la convidada de piedra de un banquete que disfrutan (y destruyen) otros. 

Es ahora, sobre la base de esta última consideración, que podemos entender por qué la neutralidad, el rechazo de la guerra y el derecho a la autodeterminación, resultan el único antídoto contra la escalada bélica en marcha. También, permite entender por qué, hasta que los obreros no entren en el escenario político con sus propios intereses organizados, esta perspectiva no tiene mucho futuro y todas las bellas palabras, de un lado y del otro, no son más que discursos ideológicos que encubren una mala farsa, una farsa criminal.

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