El nacionalismo trotskista. A propósito de Altamira y el FMI

Texto publicado originalmente como posteo de Facebook, el 9 de enero de 2020. Su eje es el mismo que enfatizamos en la crítica la trotskismo: un nacionalismo dependentista derivado de la «revolución permanente», que lo lleva a claudicar, sistemáticamente, con el nacionalismo burgués, es decir, con el peronismo.

El artículo en que Jorge Altamira llama a marchar contra el FMI, es un ejemplo claro del nacionalismo trotskista que le impide a toda esa corriente, constituir una solución a los problemas de la clase obrera argentina. Desde su perspectiva, “la Argentina” está a punto de sufrir una invasión extranjera, como consecuencia del escaso nacionalismo de sus gobernantes y la complicidad de “las grandes patronales”. Todo el país será víctima. “Todo el país” incluye al conjunto de su burguesía, aunque, se entiende, no a la burguesía “entreguista” (comillas mías), que gana siendo socia menor del imperialismo. De aquí se deduce que la suerte de la Argentina no es el resultado de la forma en que opera el capital, en general y en sus peculiaridades locales. El capitalismo no es el problema. El problema es la dependencia. Una Argentina no dependiente no debiera tener los problemas que tiene. La liberación nacional, entonces, es la lucha indispensable que asoma en el horizonte. Se podría decir que el peronismo ya es esa solución, pero resulta del todo evidente que, desde la perspectiva de Altamira, no es capaz de cumplir esa función. ¿Por qué? Porque está entregado a “las grandes patronales que lo apoyan”. Se trata, entonces, de ser más peronistas que los peronistas.

Esta primera lectura seguro será contrapesada con el argumento según el cual Altamira no cree nada de lo que escribe, pero la conciencia de la clase obrera actual es esta y se trata de trabajar desde allí. Cómo se puede hacer algo así repitiendo a pie juntillas el discurso que se quiere combatir es un misterio que no logro resolver. Algo así como acompañar a alguien hacia el abismo y, cuando ya esté cayendo, con nosotros y todo, porque si hemos de ser consecuentes hay que serlo hasta el final, se dará cuenta, solo, de que la solución estaba en otro lado. Una conciencia tardía y por lo tanto inútil, digamos, en cuyo desarrollo no hemos participado puesto que no hemos hecho otra cosa que reafirmar la validez de la conciencia atrasada, justo cuando ella necesita avanzar. Pero este contra-argumento no es cierto. El trotskismo cree en esto porque encuentra en la pequeña y mediana burguesía (si es agraria, le llama “campesinado”) una alianza necesaria para el proceso revolucionario (la “revolución permanente”). De allí que su plan económico consiste en un rescate de la burguesía mercado-internista. Que en la Argentina es prácticamente toda.

La lectura correcta de la crisis nacional es otra: la quiebra de la Argentina atraviesa a toda su burguesía (tanto la local como la extranjera que opera aquí) y encuentra en ella misma la causa: se trata de mantener con vida una estructura productiva inviable que es, sin embargo, el soporte vital de toda la burguesía con exclusión de sus fracciones agrarias. Es el mantenimiento de esta misma estructura la que lleva a la Argentina a magnitudes de crisis superiores a las que impone el ciclo capitalista mundial signado ya por la crisis. La Argentina está en crisis porque el mundo capitalista está en crisis, pero la magnitud de su crisis solo se explica por la persistencia de una burguesía incapaz de alcanzar niveles de productividad cercanos a la media. Cuando Fernández va a negociar la deuda, va a negociar la forma en que esta estructura puede continuar viva al mismo tiempo que no se transforma en un vector de la crisis local hacia afuera. Es decir, el conjunto de la burguesía local (argentina y extranjera) va a negociar su supervivencia con otras fracciones mundiales de la burguesía que también están en problemas y no pueden aceptar un simple “no pago”.

Si la Argentina tuviera un capitalismo más eficiente, tendría los mismos problemas que todo capitalismo: explotación, miseria, desocupación, etc., etc. Teniendo el que tiene, no hace falta explicar más. Esto pone sobre la mesa que el problema no es Trump, es Fernández. Que el problema no se llama “imperialismo” sino “peronismo”. Que la solución no pasa por la imposible adecuación capitalista a la productividad media mundial, imposible porque a ese país le sobra la mitad de la población. El fracaso recurrente de Frondizi, Onganía y Macri, es decir, del mejor programa que la burguesía local podría lleva adelante, el desarrollismo, es prueba de esa imposibilidad. Ni que hablar, entonces, del liberalismo de grandes corporaciones a la Martínez de Hoz-Menem, o del nazismo implícito de los Milei-Espert. Hasta ahora, la bancarrota de esas alternativas burguesas solo lo ha capitalizado el programa nacional y popular al que adhiere Altamira y cuyo nombre de fantasía es “peronismo”. Ese programa consiste en una solución “keynesiana”: dejar que la crisis le explote a otro y aparecer después a ordenar los resultados y cobrar el salario que corresponde a esa tarea. La clase obrera argentina habrá caído un escalón más en la miseria, la pequeña y mediana burguesía que logre sobrevivir encontrará un medio para reconstruirse aunque sea parcialmente, y la gran burguesía recuperará su capacidad de acumulación, hasta la próxima debacle (1975-1982-1989-2001-2008-2018). La presencia del FMI y del imperialismo en toda esta historia es puramente anecdótica.

El problema para Fernández es que, como sucedió con el tercer Perón, la bomba le cayó a él. De allí que necesite negociar un ajuste que pueda aplicar sin poner en peligro la dominación social y su propia supervivencia política. Esto último es algo que solo le preocupa a él, no al conjunto de la burguesía. El sistema ya tiene un político (una) de recambio: Alberto puede, perfectamente, ser el De la Rúa de Cristina. Se inmola, la crisis estalla, hace el ajuste por sí misma, al estilo 2001, y luego viene la calafateña a hacernos creer que ella lo hubiera hecho mejor. El drama de Alberto es como realizar la misma tarea destructiva que los anteriores solo que de modo lento, pausado y sistemático, a la espera de tiempos mejores (ascenso del precio de los commodities) y/o de rentas caídas del cielo (Vaca Muerta). Macri lo intentó con la vaselina de la deuda, lo que le alcanzó hasta mitad de mandato. Fernández es un Macri sin renta y sin deuda. De allí que lo único que pueda ofrecer es “lenguaje inclusivo”, porque hasta el tema del aborto se le complica: macrismo con lenguaje inclusivo.

En lugar de reafirmar la defensa del mercado interno con un conjunto de medidas ridículas que cualquier economista de cuarta demuestra inaplicables y lo dejan, a Altamira, como una simple voz moral, valiosa pero completamente inútil para enfrentar el problema que se discute, es decir, en lugar de reivindicar el peronismo de forma contradictoria, el jefe de la Tendencia debería explicar que sólo la expropiación de la burguesía local puede darle viabilidad material a la Argentina como experiencia nacional. Que sólo el socialismo resulta una salida, porque los problemas están aquí, no vienen de afuera. No es el FMI, ni la deuda, ni el imperialismo. El cáncer de la Argentina se llama peronismo. Mientras la clase obrera no logre superar este obstáculo histórico a su desarrollo, seguirá oscilando entre variantes burguesas cuya diferencia consiste en el modo de realizar la misma tarea, con las mismas consecuencias. Es curioso que Altamira, que considera que el peronismo es cadáver, lo reviva sistemáticamente en cada intervención política.

Es cierto que el solo decir “socialismo” no cambiará la historia. Pero se da un paso adelante cuando se deja de repetir el discurso del enemigo. En ese momento, se deja de ser parte del problema y se comienza a ser parte de la solución. No creo que Altamira tenga miedo de hablar de socialismo. Creo que Altamira, como todos los trotskistas, no cree en el socialismo como alternativa real. No cree porque es incapaz de abandonar la perspectiva que lleva de cabeza al carro de la burguesía “nac&pop”: el dependentismo peronista que el trotskismo incorpora espontáneamente, gracias a una estructura interpretativa que no osa desafiar: la revolución permanente. Esa estructura interpretativa simplemente dice que el socialismo no está a la orden del día, que tenemos un largo camino a través del capital, camino en el cual nosotros seremos mejores que ellos, los burgueses. Y que saldremos del otro lado sin haber sido mancillados por la tarea realizada. Este es el programa del fracaso y la impotencia.

Fuera los Fernández, es la consigna de la hora. Basta de ajuste capitalista. Socialismo ya, la única solución real a los problemas reales de la Argentina. ¿Nos quedaremos solos? Seguramente, pero no mucho más que ahora. El momento requiere de coraje ideológico y claridad conceptual. No lo encuentro en una corriente que insiste en llevarse la pared por delante.

Declaración del Partido Obrero (Tendencia)

EL FMI Y TRUMP VIENEN POR ARGENTINA

La próxima llegada de una delegación del FMI a la Argentina es presentada por el gobierno y sus propagandistas como la oportunidad de una alianza contra los fondos internacionales que controlan la deuda externa de Argentina.

Es lo que fue a conseguir Alberto Fernández en la gira reciente por Europa: el apoyo de esos gobiernos, en el FMI, para obtener una quita de la deuda externa en manos de bonistas privados. Nos cuentan que los gobiernos de los acreedores se han puesto contra los intereses de las patronales de sus países para sacar a Argentina de un default.

Lo único que puede mover al francés Macron, sin embargo, es que Argentina imponga una reforma jubilatoria como la que millones de trabajadores franceses resisten mediante una huelga general de más de mes y medio.

Es la curiosa conclusión a la que arribó el oficialismo luego de que esos fondos rechazaran postergar el cobro de un bono de u$s250 millones, en la provincia de Buenos Aires, y un canje de títulos de u$s1.680 millones de la Nación, con quitas del 30 y el 40 por ciento.

Esta política de recurrir al FMI para mejorar las negociaciones resultó en un rotundo fracaso. Cero de quita en la renegociación de la deuda, de parte de Grecia; una quita menor en Ucrania, del 15%, a cambio de grandes concesiones económicas a fondos como el norteamericano Templeton. El ‘ajuste’ contra los trabajadores de Ucrania fue brutal: desocupación del 30%, caída del 50% del poder adquisitivo de sus ingresos.

El FMI, además, viene a Argentina con su propia lista de demandas: desindexación de salarios y jubilaciones; ‘ajuste’ de gastos sociales; poda del gasto social y de la obra pública, para conseguir un superávit fiscal suficiente para pagar la impagable deuda de Argentina.

Quieren, sobre todo, que la caja de los jubilados y el Banco Central siga pagando la deuda, mediante la compra de títulos, como lo han venido haciendo desde hace dos décadas. La desvalorización de la deuda externa y la devaluación del peso hicieron perder a Anses u$s30 mil millones en los tres años recientes.

Por esta misma razón los fondos extranjeros también reclaman un programa del FMI, para llegar a un acuerdo. Los beneficios de este programa para ellos, haría aumentar la cotización de los bonos en su poder, que hoy están un 60% abajo de su valor de emisión.

El FMI viene, además, con un caballo de Troya adentro – Donald Trump, dueño de los votos que pueden bloquear un acuerdo. Las demandas de Trump son pesadas: apoyo de Argentina a la instalación de un gobierno pro-yanqui en Venezuela; apoyo a la continuidad de los golpistas en Bolivia; corte a los contratos comerciales e industriales con China.

En síntesis, la aceptación de un status semi-colonial.

El gobierno de los Fernández es más o menos consciente de que pagar esta factura, tanto económica como política, puede acarrearle un destino peor que el de Macri. Las grandes patronales que lo apoyan le exigen, sin embargo, que siga adelante. Ellas son dueñas del 50% de la deuda de Argentina; quieren imponer la caída del salario y las jubilaciones; quieren también recuperar el financiamiento internacional.

Los trabajadores tenemos la obligación de comprender que la alianza con el FMI nos lleva a un desastre superior a los que hemos conocido.

Varias burocracias sindicales o populares que forman parte de la coalición de gobierno llaman a movilizarse el miércoles próximo, cuando llega una misión del FMI, para exigirle al FMI ¡que apoye la política del gobierno! Esto no es ingenuidad, es una estafa política. El FMI no va a apoyar ninguna política que haga pagar a los capitalistas la deuda externa que nos han impuesto ellos mismos, y que eleve las condiciones de vida de las masas, mediante la recuperación del poder adquisitivo perdido y un plan de trabajo para todos.

Quienes llaman a este acuerdo mentiroso están cooptados, con sueldos o prebendas ‘generosas’ en el estado.

El Partido Obrero (Tendencia) denuncia que el FMI llega a Argentina para hacer posible un acuerdo de pago de la deuda a favor de los fondos internacionales, en contra de los intereses nacionales de Argentina, y de los trabajadores.

Señalamos que la prioridad de la hora es defender las paritarias, y los ajustes de los salarios y jubilaciones por inflación, a partir de la recuperación inmediata del salario real de hace dos años. Planteamos un salario mínimo igual a la canasta familiar, que el Indec ha calculado en $70 mil pesos, ajustándolo de acuerdo al número de personas que integra la familia o el trabajador soltero. Por una jubilación igual al 82% móvil de ese salario.

Hagamos cesar el pago interminable y sin salida de la deuda usuraria.

Fuera el FMI.

Por la unidad de los obreros y los campesinos de América Latina.

PARTIDO OBRERO (TENDENCIA)

7 de febrero de 2020

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