Socialismo nacional

Detrás de la condena a la posibilidad de construir el «socialismo en un solo país», se esconde la impotencia del trotskismo para pensar una política realista y un escape hacia el milenarismo. Aquí, una crítica de esa idea y una defensa de su posibilidad y necesidad.


Un señor que algo sabía sobre cómo se hace una revolución, señaló que la revolución es “nacional por su forma, internacional por su contenido”. Ese mismo señor llamó sistemáticamente, a lo largo de toda su vida, a defender un socialismo “nacional”, es decir, que por el momento no podía “desplegar” su contenido. Para los seguidores de ese señor, cualquier intento de hablar de socialismo sin remitirse inmediatamente a un proceso mundial simultáneo, es una claudicación a la revolución y muestra de stalinismo insalvable. Pero los procesos revolucionarios, hasta ahora, no han sido así y no se ve ninguna razón por la cual deban ser de otra manera. Sin revolución en los países centrales (EE.UU., China, Alemania), lo más probable es que un proceso revolucionario en el resto del mundo se vea, con suerte, rápidamente encapsulado a una región particular.

De esto se deduce, fácilmente, que los revolucionarios que no operamos en países centrales no deberíamos pensar en el socialismo y no debiéramos intentar construir nada en ese sentido, a la espera de que la revolución sea, efectivamente mundial. Va de suyo que esa no es la concepción de los revolucionarios que hicieron revoluciones: Lenin, Mao, Castro, se enfrentaron al hecho concreto y no retrocedieron ante la realidad. Es más, cuando Lenin concluyó que lo mejor que Rusia podía tener, habiendo fracasado la revolución en Alemania, era un “capitalismo de Estado” que desarrollara las bases para un futuro socialismo en Rusia, fue precisamente Trotsky el que discutió esa idea, afirmando la posibilidad del desarrollo socialista. Contra la vulgata, la NEP no fue, simplemente, la restauración del mercado capitalista. Fue una etapa en la cual la propiedad estatal compitió con la privada por el desarrollo de las fuerzas productivas, en particular, en las ramas de la industria pesada. Dicho de otro modo, el socialismo ruso batallaba en el seno mismo de la producción para modificar las bases sociales de la URSS.

Esta situación planteó el peligro de la reacción y la restauración burguesa. Ese señor, consecuentemente, planteó: “con Stalin contra Bujarin, sí; con Bujarin contra Stalin, nunca”. Era la defensa de esa construcción socialista en un solo país, porque el Estado obrero era eso, no otra cosa. La diferencia con Stalin era la afirmación propagandística de que la URSS podría arribar sola al estadio final, contra la posición contraria (y correcta) de que a la larga una situación así no puede sostenerse. Pero en ese “a la larga” implica, necesariamente, la defensa del Estado obrero, de ese germen de socialismo que, por su forma no supera las fronteras nacionales, pero por su contenido mantiene viva la llama de la revolución… hasta que aclare.

La negación de la posibilidad de la construcción socialista en un solo país, en este último sentido, hace que la izquierda no pueda plantear un programa creíble a las masas. “Seguime que cuando llegue la revolución mundial…” O si no, un conjunto de medidas que no constituyen ningún plan (nacionalización de la banca y el comercio exterior mientras la burguesía sigue operando la economía real; no pago de la deuda externa sin explicar cómo y por qué la economía no se va a derrumbar; reforma agraria, es decir, dar marcha atrás con las fuerzas productivas, etc.) y que son fácilmente desbaratadas por cualquier economista burgués sin muchas luces. La izquierda queda, así, como una voz “moral” que afirma lo que “debería ser”, pero bueno… El realismo cae del lado de la misma clase cuya existencia hace completamente irreal cualquier solución. Se trabaja, entonces, para el peronismo.

En conclusión, o porque se remite a un momento mítico a producirse en un futuro incierto, o porque se limita a una serie de promesas morales sin efectos prácticos, la izquierda no aparece como una solución realista a los problemas reales de las masas. No extraña, entonces, que nunca haya pasado del nivel del error estadístico. El problema de la izquierda argentina es mucho más grave que el de cualquiera otra, porque tiene en sus manos un material (la Argentina) que podría dar resultados inmejorables a corto plazo solo con barrer a la clase que constituye la razón de su atraso. Al mismo tiempo, y por eso mismo, la Argentina está al borde de su disolución nacional. Quien no crea, que repase el 2001. Dicho de otro modo, no hay otra opción realista a la crisis argentina que una salida socialista, salvo para los que sueñan con vacas muertas y sojas forever and ever. Cada diez años, la realidad nos pone frente al problema, cada vez con más agudeza. La pregunta que uno debiera hacerse es: ¿dejamos que estalle y esperamos la revolución mundial? ¿Si llegamos al poder (lo que puede suceder en cualquier momento) en un contexto signado por la ausencia de la revolución mundial, como podría haber sido el 2001, le decimos a la gente que es una lástima, pero no podemos hacer nada?

Esta es la cuestión: tenemos que explicarle a la clase obrera argentina que la expropiación de la burguesía y la organización de la producción sobre nuevas bases sociales es una posibilidad real. Y como vamos a tener que operar en un contexto donde nadie nos va a venir a ayudar, sino más bien lo contrario, tenemos que explicarle cómo vamos a mejorar su vida real con estas nuevas relaciones. Es decir, tenemos que buscar un lugar en ese mundo que seguirá siendo capitalista, donde tendremos que construir la mejor solución local hasta que aclare… ¿Cuál es ese lugar? El del mayor valor de la fuerza de trabajo. No es una solución para la Argentina salir a competir con salarios bajos. ¿Y qué se puede sostener con un nivel de desarrollo tecnológico elevado? Un nivel de vida elevado: Corea del Sur + Suecia. Si eso funcionara, no solo sacaría a la Argentina del camino de extinción al que está condenada, sino que serviría de muestra de lo que la propiedad colectiva y la planificación son capaces de hacer. Ese sería su contenido “internacional”.

¿Y si se produce la revolución en los países avanzados antes que en la Argentina? Maravilloso. No tendremos mucho para hacer. ¿Y si se produce en simultáneo? Maravilloso, tendremos mucho para hacer, pero con mucho viento a favor. Pero un revolucionario no espera la situación ideal. Opera con la realidad. Hay que animarse a superar el stalinismo mental que el trotskismo ha creado como obstáculo epistemológico y político, animarse a ver a la realidad a los ojos y pensar con la propia cabeza. Los muertos, muertos están.

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