Cultura, educación y capital

“Considerado exclusivamente como medio de abaratamiento del producto, el límite para el empleo de la maquinaria viene dado por el hecho de que su producción cuesta menos trabajo que el que suple su aplicación.” Marx, El Capital, “Maquinaria y gran industria”.

El embrutecimiento que observamos en el mundo actual, que gente como Mario Vargas Llosa atribuye a la masificación y a la consecuente pérdida de la función rectora del intelectual, es en realidad la expresión de dos movimientos combinados del desarrollo de la sociedad capitalista. De un lado, la gran industria abarata sistemáticamente la fuerza de trabajo por la vía de despojarla de toda cualidad, al punto de reducirla a conocimientos elementales de la vida social (saber leer y escribir). El resto lo hará el robot, solo que hay que apretar la tecla “power”. A eso, Harry Braverman lo denominó “tendencia a la degradación del trabajo”, entendiendo por ello la pérdida de contenido de la actividad laboral concreta, una tesis que se apoya sólidamente en el capítulo sobre “Maquinaria y gran industria”, del tomo I de El Capital.

Hay quienes han intentado discutir la tesis afirmando la existencia de procesos de ‘recalificación’ y de la importancia creciente de la ciencia y la técnica en el desarrollo del capital. Lo cual es cierto, solo que no se aplica al conjunto de la clase obrera sino a un renglón relativamente menguante. Por eso observamos la crisis de la educación de masas que observamos en el mundo. Una mano de obra descalificada no precisa cualidades, alcanza con su expresión como cantidad, es decir, una magnitud indiferenciada de energía humana. Esta tendencia a la eliminación de la educación como componente de la fuerza de trabajo no se compensa, a escala del conjunto de la clase obrera, por un aumento de calificación en los sectores de la producción que producen la tecnología que hace posible la descalificación general. Porque, como señala Marx, para que la máquina entre al proceso de producción capitalista, es necesario que desplace más valor que el que ella misma porta.

Esta tendencia clara al embrutecimiento es paralela, solidaria y consecuencia de, el aumento de la productividad del trabajo que produce más riqueza social y que hace que, recurrentemente, entren más bienes en la canasta de compra de la población. La gran música, un Mozart, era un fenómeno de élites. Hoy día uno puede llevar en su bolsillo, gratis, las nueve sinfonías de Beethoven ejecutadas por la West-Eastern Divan Orchestra, de Daniel Baremboin. Esta plétora de bienes culturales casi gratuitos no altera, sin embargo, la hegemonía del trap o del reaggeton. Antes que el bueno de Baremboin, será Chanel y su “rompé cadera” o L-Gante y su cumbia 420, lo que sonará en los oídos de las masas mundiales. No es extraño, entonces, que aquello que es más degradado resulte más rentable y, por ende, ocupe el podio de la producción cultural capitalista para las masas. Y no se trata solo de ‘gustos’ musicales, porque esta diferencia se expresa incluso dentro de cada ‘gusto’.

El progreso cultural bajo el capitalismo no podía escapar a las características generales del progreso capitalista en general. El mismo sistema social que es capaz de atravesar el sistema planetario y entrar en el espacio interestelar, que puede sumergirse en el interior del átomo, que puede construir la misma pirámide, que demandó veinte años y cien mil trabajadores por año, en un par de meses con unas pocas grúas, y podríamos seguir así todo el día, es el mismo sistema social que mantiene masas mil millonarias en la hambruna, la miseria, las enfermedades y todo lo que sabemos, el mismo que destruye países enteros a bombazos, el mismo que condena a la muerte prematura a miles de millones de personas encadenadas a jornadas laborales agotadoras. Un sistema así no puede sino expresar el mismo tipo de progreso en el campo de la cultura: quien no tiene educación no puede exigir lo que no sabe que puede disfrutar. Privados de una educación innecesaria al capital, sin tiempo libre para estudiar por su cuenta y reponer, por allí, lo que le ha sido expropiado, constatando a cada paso que no es la educación lo que asegura una vida mejor, la plétora de bienes que pone a su disposición la multiplicada productividad del trabajo pasa por delante del pobre como un fantasma apenas perceptible. Pensar la educación hoy es pensar la educación más allá del capital. O lo que es lo mismo, buscar una Vía Socialista al progreso humano.

Publicado en Definiciones y conceptos.